La investigación de un científico danés sostiene que todos sufrimos de un 0,05% de déficit de alcohol en nuestra sangre. Si procuramos compensarlo de manera controlada, escondiendo botellas aquí y allá, podremos ser mejores amigos, padres, esposos, profesionales… Esta es la hipótesis que cuatro profesores de un colegio danés quieren someter a experimentación con sus cuerpos. Pero, como es lógico, la última película de Thomas Vinterberg –mejor película europea del año y ahora candidata a los Oscar– no se queda en ese simple juego, en el que vemos todas las fases por las que pasa el sistema nervioso de los actores, especialmente de Mads Mikkelsen. No le interesa esa primera victoria efímera, cuando se hidratan los vínculos sociales o cuando desaparece el tedio de pareja. Lo que al cineasta le interesa, más allá del alcoholizado contexto que involucra a adultos y jóvenes, es ese sinsentido en el que están sumidas las vidas de los cuatro amigos protagonistas, que rondan los cuarenta años. Claro que el alcohol puede traer desastres, no hace falta ser hacer películas moralistas para saberlo. Pero no siempre los crea desde cero. Muchas veces están allí, esperando que alguien lance fuego en la gasolina. Es lógico que Kierkegaard, el filósofo de la angustia, también danés, salga citado dos veces en la cinta.