Belle (2021)
La película animada Belle de Mamoru Hosoda. Foto: Filmaffinity.com
En una escena, casi al final, Suzu, la protagonista, una chica introvertida de diecisiete años, mientras viaja en tren intercambia mensajes de texto con su papá. Exteriormente vemos a una adolescente más, pegada al teléfono, en trazos de animé clásico, aunque rodeada de animación hiperdetallista. Sin embargo, lo que en realidad está sucediendo es algo que quizás pasa solo una vez: se está abriendo el canal de comunicación padre-hija que permanecía en silencio desde la muerte de la madre. Él, que había respetado delicadamente ese luto durante años, le ayuda a unir los puntos: el gesto de preocupación por otra persona que Suzu está viajando para realizar es un fruto del amor de su madre –para ser exactos, de otro gesto de preocupación, aunque aquella vez fuera fatal–. Ambas quieren salvar a un pequeño en peligro. Este tipo de cosas son las que realmente suceden en las películas de Mamoru Hosoda, aunque en la superficie esta vez acudamos a una trama de luchas, en una especie de metaverso, entre personajes que son proyecciones de adolescentes que huyen de alguna inseguridad: allí está la acción, el espectáculo visual, la música. Pero los 14 minutos de aplausos que mereció en Cannes son por lo anterior. Porque Hosoda es un director que custodia la bondad que está en el corazón de sus personajes; tiene paciencia con ellos porque sabe que esta se manifestará en el momento adecuado.