La peor persona del mundo (2021)

En un momento de la película, Julie, treintañera, consigue presionar un botón con el cual toda la ciudad de Oslo se queda en pausa. Entonces puede dejar momentáneamente a su actual pareja –a quien “ama y no ama”– e ir corriendo hacia el chico que conoció semanas atrás, cuando, en medio de su confusión, entró de incógnita a una fiesta privada. Platón, en “La República”, ya relataba el famoso mito del anillo que te volvía invisible para hacerse una pregunta crucial: ¿Seríamos buenos si podemos pasar ocultos? En este caso, en una época de relaciones conflictivas con lo sexual –y esto es importante, porque es parte permanente de la conversación–: ¿Seríamos fieles si podemos pausar la ciudad o disimular nuestra identidad? Lógicamente, no es la única cuestión de esta melancólica “comedia romántica” del noruego Joachim Trier sobre la crisis de la nueva “coming of age” –alrededor de los treinta–, nominada a dos Oscar y premiada en Cannes. Pero, al mismo tiempo, esa pregunta puede servir para descifrar mejor todos los pedazos e incertidumbres en que se divide el relato –la vida– de Julie: ¿Por qué estamos disgregándonos continuamente? Ella misma, entre lágrimas, se compara con Bambi tratando de mantenerse en pie sobre el hielo, o se siente un personaje secundario, muchas veces extraña a sí misma. “Perdí tanto tiempo preocupándome por lo que pudiera salir mal; pero lo que salió mal no fue nada por lo que me preocupé”, dice alguno. Quizás Trier nota que, efectivamente, algo no va tan bien.