Modo Avión

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Cómo soportar 14 horas en un avión

¿Hablas bien inglés? ¿Tienes visa a EE.UU.? Con esas dos preguntas de mi jefe empezó lo que sería el viaje en avión más largo que me ha tocado vivir. Ese fue el principio de una aventura que me llevó hasta Corea del Sur.

En ese país asiático se desarrolló la cumbre del G20, en noviembre del 2010. Como periodista fui invitado por el Gobierno de Corea del Sur para cubrir el evento. De esta manera, un nuevo viaje de trabajo se convirtió en una experiencia de vida y profesional inolvidable. Apenas me confirmaron que iría hasta Seúl, empecé a navegar en Internet para conocer detalles de la ciudad y, claro está, del viaje en avión hasta la península que comparten Corea del Sur y Corea del Norte.

El itinerario era sencillo en la teoría: un vuelo desde Quito hasta Atlanta, en EE.UU. Y luego el vuelo de Atlanta hasta el aeropuerto de Incheon (www.airport.kr) , el más grande de Corea del Sur.

La ansiedad creció cuando me enteré que el vuelo desde EEUU hasta Corea del Sur duraba… 14 horas. A ese tiempo había que sumarle las casi cinco horas desde Quito hasta Atlanta. ¿Qué voy a hacer 14 horas en un avión? Esta fue la primera pregunta que me hice al confirmar mi itinerario. Un compañero periodista, que semanas antes había viajado a Taiwán, me contó su caso: la receta que me sugirió para soportar el viaje fue sencilla: música y libros.

Mis viajes más largos hasta entonces habían durado máximo ocho horas, con escala. Y mi mente ya se alistaba para ese vuelo maratónico.

El viaje a Atlanta fue en la noche. Salimos de la antigua terminal aérea de Quito a la medianoche y llegamos a la capital del estado de Georgia a las 05:00 aproximadamente. Era invierno en EE.UU. y las luces del día tardaron en aparecer.

Una escala de casi seis horas me esperaba en el aeropuerto de Atlanta. Era un sábado y a las 12:00 había abordado un Boeing 777 rumbo a Seúl. Antes de despegar respiré profundo tratando de no pensar en esas 14 horas que me separaban de Asia. El vuelo, afortunadamente, fue entretenido: vi al menos unas tres películas (la que más recuerdo fue la uruguaya Gigante, que dura una hora y media). Dormí un par de horas, leí y comí, comí mucho. En las 14 horas nos sirvieron comida tres veces. También despaché un par de whiskies.

La tecnología también ayudó. En las pantallas individuales se podía observar sobre qué punto de EE.UU., Canadá o el norte del Pacífico se encontraba volando el triple 7, que me llevaba a Seúl. Incluso, con cámaras exteriores, podía mirar el exterior del avión desde la ‘panza’ del Boeing y obviamente, desde la ventana divisar tierra y mar.

Hoy en día, los vuelos ultralargos enfrentan un inconveniente: el alto costo del combustible. Uno de los trayectos más largos, pero que fue cancelado en noviembre del 2013, era el que conectaba Singapur con Nueva York, en 18 horas y 50 minutos. Pero a los pocos días, en diciembre del año pasado, la aerolínea Emirates inauguró la ruta entre Dubái y Los Ángeles, en un Airbus A380. El avión cruza Rusia, el Polo Norte y Canadá Oriental en 16 horas y 20 minutos.

Una de las curiosidades de estos vuelos intercontinentales es el tiempo y el juego que el ser humano hace con los husos horarios. Mi vuelo Quito- Atlanta-Incheon empezó la medianoche de un viernes y terminó la tarde de un domingo. El regreso, en cambio, arrancó un sábado de mañana, en Corea del Sur, y terminó la noche de ese mismo sábado en Quito; perdí y recuperé un día. Todo esto es parte de la magia de volar.