En los últimos 10 días he leído abundante información sobre Andreas Lubitz, el copiloto de Germanwings involucrado en el accidente del Airbus A320, ocurrido el pasado 24 de marzo y en el cual murieron 150 personas. Dejo de lado el dolor causado por la tragedia y trato de entender los motivos por los que ocurrió este nuevo siniestro de la aviación comercial.
No lo logró y creo que nunca lo lograré. Al escribir esta entrada, uno de los más recientes informes de las agencias de noticias habla de que Lubitz se habría informado en la Internet sobre suicidios y puertas de cabina antes de precipitar el avión con 150 personas a bordo en los Alpes franceses. Días atrás también leí que el copiloto alemán había dicho que “haría algo para que todos sepan mi nombre”. Se supo además que iba a ser padre.
Por cada nueva información sobre la tragedia las preguntas en mi interior se multiplican. ¿Fallaron los controles en Germanwings? ¿De ser ciertas las teorías suicidas, por qué decidió estrellar un avión lleno de pasajeros? ¿Por qué tuvieron que morir 149 personas más? ¿Lubitz sabía que un hijo suyo está en camino? ¿Se pudo detectar un comportamiento riesgoso en la conducta del aviador?
La única certeza que tengo es que la mente humana es un enigma. Nadie sabe lo que pasa por la mente de quien está sentado al lado de uno, sea un familiar, un compañero de trabajo, un amigo de toda la vida.
Tendencias suicidas, depresión, desequilibrio mental… no importa el nombre que tomemos para hablar del copiloto de la aerolínea alemana. Las preguntas serán más con cada nueva información de esta y otras tragedias. El dolor podrá atenuarse con el tiempo, pero las interrogantes sobre los laberintos de la mente humana serán infinitas.