Desde hace cuatro meses, los ministros del Gobierno comenzaron a hablar el mismo idioma en materia de comercio exterior.
Finanzas y Cancillería ahora están alineados con el discurso de apertura que se promueve desde la Cartera de Comercio Exterior, que desde hace pocas semanas también maneja los temas de producción.
El próximo mes ya podrán mostrar los frutos del trabajo conjunto, cuando se reactive el Consejo de Comercio e Inversión con Estados Unidos, un foro que permaneció congelado durante nueve años y que ahora marcará la ruta para un acuerdo comercial con el principal socio del Ecuador.
En la misma línea, la semana pasada el Presidente de Perú ofreció su apoyo para que Ecuador ingrese a la Alianza del Pacífico, otro bloque que promueve el libre comercio y que tiene como miembros a México, Colombia, Perú y Chile, además de 55 países observadores.
Previamente, el Consejo de Comercio Exterior (Comex) de Ecuador aprobó el inicio de las negociaciones para la adhesión como miembro asociado, lo que será un proceso largo, pero que pudiera empezar el 2019.
Los resultados del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que empezó el 2017, se han vendido como la cara positiva de la apertura y del pragmatismo. Aunque es verdad que el intercambio comercial se ha incrementado, por efecto de la eliminación o reducción de aranceles, los productos que se compran y se venden son prácticamente los mismos, sin mayor valor agregado.
Para que eso cambie se necesita mejorar la competitividad del país, que sigue rezagada. Ecuador ocupa este año el puesto 86 entre 140 economías, según el Índice Global de Competitividad. Y para subir en el ranking se necesita trabajar en varios frentes de manera simultánea y articulada, pero no solo entre los ministerios, sino entre el Gobierno, las empresas privadas y los trabajadores. Si los beneficios de la apertura comercial no se comparten entre todos, el pragmatismo será insostenible.