Las reflexiones de Michel Foucault, en su obra clásica ‘Vigilar y castigar’, son actuales cuando se ha comenzado a aplicar el concepto de foto multas, para los conductores que cometen infracciones de tránsito. ¿Es que solo el castigo educa? ¿Nos encaminamos a una sociedad disciplinaria?
‘Vigilar y castigar’ (1975, Siglo XXI) es la obra cumbre de Michel Foucault, filósofo, psicólogo y educador francés, un verdadero referente para quienes desean comprender los problemas del poder, la educación y el fundamento de las leyes que rigen la condición humana.
Libertades y disciplinas
El pensamiento de Foucault podría resumirse en uno fundamental: ‘Les “Lumières” qui ont découvert les libertés ont aussi inventé les disciplines’, cuya traducción al español sería: ‘Las luces que descubrieron las libertades también inventaron las disciplinas’. El subtítulo de la obra mencionada es revelador: el nacimiento de la prisión. En efecto, ‘Vigilar y castigar’ está dividido en cuatro capítulos: suplicio, castigo, disciplina y prisión.
Este filósofo y pensador francés es uno de los pocos que ha examinado a profundidad los mecanismos sociales, desde una perspectiva teórica, sobre los cambios que se advierten en la legislación penal. Si bien el contexto es Europa, y específicamente Francia, algunos conceptos tienen valor universal.
Reglas e infracciones
Empero, los resultados de la criminalización –según Foucault- fueron contraproducentes: ‘las prisiones no disminuyeron la tasa de la criminalidad, la detención provocó la reincidencia e incluso fabricó delincuentes, los ex-presos iban a tener mucha dificultad para que la sociedad los acepte, y la prisión hizo caer en la miseria a la familia del detenido’.
Foucault considera que ‘progresivamente las técnicas de la institución penal se transportaron al cuerpo social entero, lo que tuvo varios efectos. Se produjo una gradación continua entre el desorden, la infracción y la desviación respecto de la regla. En realidad, la desviación y la anomalía (que lleva consigo el desorden, el crimen, la locura) obsesionan a las distintas instituciones (escuela, hospital, prisión…). Aparecieron una serie de canales, a través de los cuales se recluta a los ‘delincuentes’, que con frecuencia pasan a lo largo de sus vidas por las instituciones que están destinadas precisamente a prevenir y evitar el delito: reformatorios, instituciones de asistencia, cárceles… Y en su función este poder de castigar no es esencialmente diferente del de curar o el de educar’.
Dice Foucault: ‘En todas partes encontramos jueces de la normalidad: el profesor-juez, el médico-juez, el trabajador social-juez… El tejido carcelario de la sociedad es a la vez el instrumento para la formación del saber que el poder necesita. Las ciencias humanas han sido posibles porque se acomodaban a esta forma específica de poder’.
La prevención
Estas reflexiones de Foucault replantean la idea inicial de este artículo: el tema de la libertad y la necesaria intervención de la sociedad para ‘disciplinar’ a quienes infringen las normas. Por lo visto, el problema es apasionante no solo para los abogados y jurisconsultos, sino para los sociólogos, antropólogos, comunicadores, educadores y los ciudadanos comunes.
Las últimas decisiones tomadas sobre las sanciones a quienes se pasan un semáforo o exceden el límite de velocidad en calles y carreteras, por ejemplo, y las propuestas de criminalización del ejercicio profesional –y no solo de los médicos- promueven grandes interrogantes en la sociedad, donde se manifiestan en forma explícita el juego de intereses, por un lado, y los principios, por otro.
¿Es admisible que estas medidas generen temores, miedos, y lo que es más grave, desconfianza en la ciudadanía? La defensa de la vida es un propósito fundamental que debe ser debidamente valorada –es cierto-; pero, ¿las sanciones son proporcionadas a las supuestas infracciones y debidamente probadas, y donde la privación de la libertad es el último recurso de la sociedad para reparar el daño, y no el primero? En principio la educación –que es preventiva por naturaleza- debe prevalecer sobre todo tipo de punición. En el caso de las infracciones de tránsito -pasarse un semáforo en rojo, por ejemplo-, la sanción ya no es la privación de la libertad sino la multa o el castigo al bolsillo.
Suplicio, castigo, disciplina y prisión
Según Foucault, en la Edad Media el suplicio era el modelo generalizado. A más de ser un ritual político –pues todo crimen se consideraba un ataque al soberano, la pena debía reparar el daño, lo cual suponía la venganza-, el suplicio significó un espectáculo punitivo caracterizado por un castigo físico sobre su propio cuerpo y una afrenta social (paseo por las calles, insultos, golpes). Más tarde, el objeto de la operación punitiva deja de ser el cuerpo y pasa a ser el alma: las pasiones, los instintos, inadaptaciones, anomalías, etc. Y aparecen los expertos: los psiquiatras, los educadores, y ciertos funcionarios, que serían posteriormente los alcaides y jueces.
Pero el suplicio se consideró vergonzoso y peligroso. En el siglo XVIII aparecieron, según Foucault, los primeros conceptos de ‘humanidad’ y se impuso la ‘economía del castigo’; es decir, ‘castigar con una severidad atenuada, quizá, pero para castigar con más universalidad y necesidad’, mediante la vinculación entre el delito y el castigo que debía ser inmediato. En este sentido, ¿los castigos deben ser una ‘escuela’ y no una fiesta?
¿Sociedad disciplinaria?
Foucault, en el ámbito de la disciplina, analiza los cambios aparecidos en instituciones como hospitales, cuarteles, escuelas, etc. Y comienzan ‘a construirse edificios que no estén hechos para ser vistos (palacios) ni para ver el exterior (fortalezas), sino para permitir un control interior. De esta forma se van constituyendo el hospital-edificio (como instrumento de la acción médica), la escuela-edificio (como máquina-pedagógica), etc. Aparece una sociedad disciplinaria’.
El caso de las foto multas actualiza el debate sobre la libertad, las infracciones y las penas que, supuestamente, reparan el daño causado y ‘educan’ a los infractores. Los problemas del tránsito han llegado, ciertamente a límites intolerables. ¿Nos encaminamos inexorablemente hacia una sociedad disciplinaria? ¿Esa es la única alternativa?