La Silla Vacía

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Sonrisa de mujer: un cuasi homenaje

El tema es para un poema. Y salió en verso. De todos modos es posible intentar algunas ideas sobre la mujer, en esta época en que hay que defender a los seres humanos, a la madre de todos en su conjunto. Y no solo por un día, sino por toda la vida.

La sonrisa de la mujer es indescifrable. La vemos y sentimos casi todos los días, y los hombres –preocupados por tantos asuntos sin importancia, por banalidades- no caímos en cuenta de su valor.

Es que la sonrisa de la mujer es el latido del corazón. Y también del cerebro cuando llegan a sus instantes recuerdos y sensaciones maravillosas de bienestar, de salud y comunicación real, sin ficciones.

Rictus de vida

Nadie sonríe por nada, y la mujer con mayor razón, porque la clave de la sonrisa, en muchas ocasiones, es la expresión natural del amor, de una demostración espontánea de afecto y, en ocasiones, de aceptación. La sonrisa es, por eso, un rictus de vida, de aquello que lo siente muy adentro, pero que no se expresa con palabras. Basta una mirada de mujer, basta una sonrisa para que todo hombre –por más insensible que fuere- se conmueva.

La sonrisa tiene, obviamente, sus matices. De pronto, la sonrisa es un símbolo de algo para alguien; un signo de paz, de alegría interior o de un sueño real que se manifiesta a través del movimiento de sus labios y comisuras… Es un lenguaje de comunicación no verbal, que encierra todo el mensaje que esperamos o ninguno, porque es indescifrable como el de Mona Lisa.

Creación y recreación

Sí, los hombres no disfrutamos la sonrisa de las mujeres, porque pensamos solamente en trabajos, en compromisos y en agendas que intentan llenar los bolsillos, pero nos vacían el alma.

La sonrisa de una mujer es la que nos espera todos días, cuando llegamos luego de un largo trajinar laboral; la sonrisa de una mujer nos conmueve por su ternura, por su espontaneidad y gratuidad. Allí está su sonrisa, ora expresiva y elocuente; ora tranquila y tenue. Pero está. Está allí como una creación y recreación de un momento feliz y que, en ocasiones, se extingue porque no la sabemos entender y peor reconocer.

Pensemos un momento en la sonrisa de la madre, con sus hijos y nietos; con su esposo y amigos; con sus comadres y consigo mismo. Mi madre, en momentos, se reía de sí mismo. Y esta es una linda lección, para quienes tomamos la vida demasiado en serio.

Pensemos en la sonrisa de la esposa y de los hijos. Es que el hogar se parece a una sonrisa, porque es el mismo calor que se vive por dentro y se expresa por fuera. Con esa inteligencia emocional que solo los niños pequeños entienden: ellos se pasan la vida sonriendo, se pasan la vida jugando, se pasan la vida cantando…

Otras sonrisas

Hay, sin embargo, otras sonrisas –medio sonrisas, sería exacto- de mujeres que algún fueron maltratadas o abusadas, y que permiten ese abuso constante en aras de la estabilidad económica o de otro pretexto para morir –literalmente- en vida. Es una sonrisa de desapego, de verdadera orfandad espiritual y de tristeza que no se mitiga con la soledad y, en ocasiones con el llanto.

Los hombres –los machos- somos responsables de esta injusticia, pues no reconocemos que las mujeres, en muchos órdenes de la vida personal y profesional, son superiores. Porque nos duele la equidad. O mejor dicho aceptamos la teoría de la equidad, pero no la soportamos en la práctica.

Es tiempo de reconocer los derechos de las mujeres. ¡Los derechos en los hechos! Comencemos por valorar su sonrisa, su capacidad de amar –por algo son las madres de todos los machos del mundo-, sus detalles y su forma de ser porque, lejos de incomodarnos, nos engrandece.

¡Y que la sonrisa de todas las mujeres riegue de esperanza este mundo lleno de incertidumbre!