Unos pusieron cara de perplejidad; otros sonrieron al ver que la creatividad no tiene límites, y hubo quienes asumieron con seriedad esta propuesta. A continuación los orígenes y contenidos de la FIB que se formula en oposición del Producto Interno Bruto conocido como PIB. Un tema para debatir y sonreír.
Todos habíamos aprendido que el PIB –Producto Interno Bruto– era el referente para medir la producción de un país, en términos económicos. ¡Hemos estado equivocados o atrasados!
Los cuatro pilares
Los nuevos parámetros para medir -ya no el desgastado modelo creado por la larga noche neoliberal, sino la felicidad o el estado de bienestar derivado de cuatro pilares del verdadero desarrollo, que propone la “Felicidad Interna Bruta”-, son: “la promoción del desarrollo socio-económico sostenible, la preservación y promoción de los valores culturales, la conservación del ambiente, y el establecimiento de un buen gobierno”.
Los estudios sobre el tema ubican el origen de esta original propuesta en Bután –no Brunei, como algunos malpensados creían-. Se dice que Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, tiene el crédito de haber creado este modelo en 1972.
Pero, ¿qué es la FIB?
La respuesta es simple: la “Felicidad Interna Bruta” –FIB- es un indicador que intenta medir la calidad de vida. A diferencia del PIB –que supuestamente mide el crecimiento económico como objetivo principal-, la FIB propone indicadores de complementariedad y refuerzo mutuo al desarrollo material. En otras palabras, la FIB no tiene una definición cuantitativa, porque su objetivo es el desarrollo espiritual de las personas y pueblos, en términos de bienestar. Según esta teoría, “el bienestar y la felicidad coinciden en esencia, porque son valores subjetivos y son más relevantes que los valores objetivos, que se orientan al consumo”. ¿Está claro?
El Reino de Bután, de raíces budistas, ubicado en los Himalayas, en el sur de Asia, ha encontrado la fórmula perfecta: no es el dinero, no es el poder, no es el consumo los fines últimos de la vida humana, sino la vida espiritual. ¡Albricias! La riqueza económica no es el camino para conducir a los pueblos hacia la felicidad. ¿Explotar los recursos naturales para obtener dinero? ¡Qué va! La felicidad no está en la plata sino en nosotros mismos.
Producto por felicidad
El PIB por lo dicho es prehistoria, según esta propuesta, por obra de Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután. La explicación es obvia: el ‘producto’ es un término desgastado, sacado del mercantilismo que ha significado opresión y desigualdad, y refleja la riqueza de las naciones en términos cuantitativos o económicos. Es decir, de aquellos países que centraron su economía en el capital y no en la gente.
La revolución ciudadana se inspiraría ahora en la FIB y no en el PIB. El ‘producto’ –a nivel conceptual y operativo- ya no es el objetivo de la condición humana sino la felicidad, que sería un condicionante ‘genuino’ del progreso. La felicidad es el principio y fin de la humanidad, como decía Aristóteles y toda la legión de filósofos griegos y orientales con Buda a la cabeza. ¿Por qué pensar en algo crematístico y objetivo como es el dinero, el poder y lo más risible como es el consumo, cuando la felicidad –si bien es subjetiva- es lo más precioso a conseguir y está a nuestro alcance?
De lo dicho hasta aquí se puede inferir que el reemplazo de la ‘P’ por la ‘F’ de felicidad resulta hasta cierto punto lógico. Digo ‘hasta cierto punto’ porque el mundo de la modernidad en el que vivimos se mueve por los Tratados de Libre Comercio, y cuando se habla de comercio hay que referirse necesariamente a bienes y productos, a importaciones y exportaciones, a impuestos y aranceles. Entonces, ¿a quién se le podía ocurrir un Tratado de Libre Felicidad?
La pregunta del millón
Pero, ¿qué hace a los ciudadanos felices? Jigme y sus adherentes hallaron las respuestas. Basta responder un cuestionario de 180 preguntas, que incluye nueve dimensiones: bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, cultura, salud, educación, diversidad medioambiental, nivel de vida y gobierno.
La técnica que mide estos indicadores se llama “método de reconstrucción del día”, según Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía, que consiste, básicamente, en la recolección de memorias de un día trabajo, a través de un diario de campo. ¿Qué opina usted? Sus reflexiones son bienvenidas.