La Silla Vacía

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Los esclavos de la prisa

A muchas personas les falta el tiempo. Van de un lado a otro y no cesan de movilizarse, trabajar, comprar, hablar, subir, bajar, trasladarse en bus, automóvil, en lo que sea… Y siguen de prisa. Están enloquecidas en esta selva de cemento y hierro que son las ciudades, en busca de frenesí, actividad… poder, dinero, distracción. Son esclavos de la prisa: los hijos e hijas de la modernidad. ¿Tiene sentido vivir de prisa?

La vida es un camino y el camino se hace al andar, decía el poeta Antonio Machado. En realidad, la metáfora de la vida es el camino, la senda por donde transitamos los seres humanos, aquella que hemos escogido: una pareja, una profesión, un oficio o, simplemente, un objetivo.

· ¿Camino o autopista?

En el tráfago de la vida moderna casi todos hemos ingresado –sin quererlo- no en un camino sino en una autopista –de la información- con muchos corredores o competidores, que se abren paso en la enmarañada de una sociedad que exige y promete, que ofrece prestigio, poder, dinero, placer y muchas lisonjas. Y también oportunidades y amenazas.

La velocidad es el signo de los tiempos. Hay que ver a la gente cómo se desenvuelve en los escenarios de la vida. La prisa es la regla y no la excepción. Antes podíamos disfrutar de la tranquilidad junto a un río, en un picnic cerca de las ciudades, y con toda seguridad. Hoy casi es imposible este paseo familiar. El ruido, la contaminación, la rapidez han matado ese hermoso encuentro de los seres humanos con la naturaleza.

Y en este contexto, el silencio es un mito. Vivimos la ciudad-espectáculo. La sociedad-show. La música-ruido se impone. Despacito, por supuesto. Le invito a subir a un bus urbano o un taxi para que “disfrute” de la salsa, el merengue y el reguetón a toda hora, a todo volumen; o escuchar a los analistas de algunas radios emblemáticas, los chistes colorados y comentarios sobre sexo explícito con risas grabadas. Esa es la ciudad del siglo XXI.

· Pura energía, puro estrés

En efecto, el Ecuador ha cambiado, dicen. Ahora todo es diferente. Las personas sufrimos de una enfermedad generalizada: el estrés, esa enfermedad producto del ‘aceleramiento’ que afronta la civilización, por medio de la cual nos alimentamos de basura auditiva, visual, comida rápida, politiquería, mentiras piadosas y más. Basta viajar en un bus interprovincial para descubrir que pronto estaremos en la lista de fallecidos, por el incumplimiento de las leyes de tránsito, la irresponsabilidad de los choferes, el exceso de velocidad, la pérdida de pista y la niebla circundante…

Ante ello, las víctimas de la prisa llenan los periódicos y los noticiarios de televisión. Me refiero a los accidentes de tránsito. La ‘accidentología’ es la nueva enfermedad que mata más gente que la malaria, el sida o cualquier enfermedad contagiosa. Y al unísono, todos clamamos que la “alternativa es la seguridad vial”, pero queda en el papel.

Según los expertos hay tres parámetros para medir la seguridad vial: la educación, los estándares de la red urbana y rural, y la fiscalización policial. El crecimiento del parque automotor también afecta la movilidad en las ciudades, especialmente en Quito, Guayaquil y Cuenca. A lo anterior se suman las motos, las bicicletas y, por supuesto, los peatones imprudentes. ¿Soluciones? Complejas y difíciles por el juego de intereses. Y porque todos, casi sin excepción, apuestan a la impunidad. Y los accidentes en vías siguen creciendo, aumentan los obituarios y las víctimas que velan a sus muertos…

Y todo porque el mundo es pura energía. Luz, cámara, acción… dirían los cineastas. Al cine siguió la televisión, y a la televisión la computadora, el celular y las apps. La magia de las tecnologías de comunicación e información –llamadas TIC- cambió definitivamente la noción de tiempo y de espacio. La cultura perdió esos momentos, instantes de paz y sosiego, de otrora, en aras del espectáculo, el show, el tumulto y la muchedumbre.

· La poesía es silencio

Y el arte también se transformó en movimiento, en algo cinético, en ‘tecno’. Y en ruido. La prisa triunfó entonces sobre la poesía, aquella lectura silenciosa que enseñó a varias generaciones a disfrutar de las palabras, de los versos forjados en definiciones sencillas, pero capaces de elevar los espíritus.

Decía alguien sensato que hay tiempo para ser niño, para ser adolescente, para ser joven, adulto y anciano. Tiempo para amar, para disfrutar y crecer con los que uno ama. Este proceso natural es producto o el resultado de un ritmo natural, que nunca es interrumpido, salvo por la enfermedad o la muerte… producida por alguien apresurado.

· La ‘levedad del ser’

Es fácil expresar que no debemos ser víctimas de la prisa; que recuperemos la ‘levedad del ser’. Y que disfrutemos de aquellos silencios necesarios para conquistar las cimas de la reflexión y el diálogo interior: un buen libro, trabajar con sentido, una caminata por un parque cercano, conversar –sí, debemos restaurar la conversación y apagar los celulares-, y encontrarnos a sí mismos.

Porque el que va de prisa generalmente llegará cansado, tarde, o no conseguirá sus objetivos. Tampoco vale la pena optar por la lentitud, pero sí intentar poner ritmo a nuestra vida, el ritmo que, sobre todo, haga felices a quienes nos acompañan. Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, decía que “quien no sabe a dónde va irá o le llevarán a cualquier parte” Y tenía razón. ¡Porque quien va despacio y seguro -con un proyecto de vida- llegará más lejos!