La Silla Vacía

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Elogio del Chulla, la Torera y Taita Pendejadas

‘Don Evaristo’ y 'Zarzosita'.   Representando las estampas quiteñas que caricaturizaban las costumbres de la época.

‘Don Evaristo’ y 'Zarzosita'. Representando las estampas quiteñas que caricaturizaban las costumbres de la época.

Deseo relatar algunos recuerdos de Quito de los años sesenta, cuando llegué a la ‘carita de Dios’. Y lo hago con satisfacción porque en esta linda ciudad obtuve la ‘naturalización’, y porque me encontré con personajes especiales como Evaristo, La Torera y Taita Pendejadas que, hoy por hoy, son historia y están en la memoria colectiva. 

Quito en la década de los sesenta era una ciudad ‘grande’ –yo venía de Riobamba-, tan grande que comenzaba en Chimbacalle, célebre por el ferrocarril trasandino, obra del Viejo Luchador, y terminaba en el ‘Guambra’. El resto era pampa, potreros y haciendas de los hoy pelucones.

El centro y sus delicias

El centro era un gran damero con muchos mercados, callejuelas y recovecos donde se vendía de todo. Ríos de gente había por todas partes, de manera especial en la Plaza Grande, San Francisco, la Merced, la Ipiales y Santo Domingo. Las principales líneas de buses eran Iñaquito-Villa Flora, y Colón Camal, que cruzaban la ciudad -que era un verdadero fideo- con tarifas de veinte y cincuenta centavos. Más tarde llegaron los ‘micros’ de un sucre.
Chimbacalle olía a ‘waipe’ –aceite de tren- y a comida, especialmente de ‘cosas finas’: fritada, mote y las deliciosas empanadas. El Quito antiguo olía, en cambio, a palo santo, sahumerio, bolas de maní, suspiros, melcochas, delicados y mojicones… ¡Qué delicia!

Mercachifles, adivinos y magos

En cambio, en la avenida 24 de Mayo –famosa por sus antros de antaño y el mercadillo del sábado- encontré sorpresas que nutrieron de encanto mi alma. La gente formaba círculos alrededor de personas que, en voz alta, contaban historias, vendían algo o adivinaban la suerte. Sí, eran los mercachifles, adivinos y magos populares que en un concierto de vocinglerías y zanganadas hacían reír a medio mundo, y luego pasaban un sombrero para que el ‘culto público’ dejara una peseta. No faltaban el periquito que adivinaba la suerte, la señora con su cabeza en un florero y el hombre que hacía malabares y triquiñuelas...

Otros –como yo- seguíamos con atención la palabrería fecunda llena de interrogantes, suspicacias y sospechas… y la calavera no aparecía, la culebra no salía de la canasta, y la uña de la gran bestia era una cortina de humo. Allí aprendí algunas leyendas, mitos y tradiciones de esta linda ciudad, y más de una ocasión me atrasé al colegio, por supuesto.

El Chulla Quiteño

El chulla era un personaje peculiar de la geografía quiteña. El chulla se distinguía en toda reunión social –sobre todo en las fiestas y velorios– y en otros escenarios de la cotidianidad: los parques, las plazas, las iglesias y las oficinas públicas. ¡El chulla está en ‘capilla’ o ya no existe!

Y ¿quién era el chulla? El chulla fue descrito de manera magistral en la novela ‘El chulla Romero y Flores’ por Jorge Icaza. Chulla viene del quichua que significa uno. Ser chulla, en este sentido, es único… No hay como el chulla quiteño. Equivale al hombre que lleva chulla leva sin calé… que quiere decir sin plata. Pero lo más importante del chulla era su estampa: su forma de vestir y actuar. Era el típico empleado público de antaño, que vivía de las apariencias… Por eso le decían ‘plantilla’ porque en ocasiones quedaba mal, pero se reivindicaba. Era un señor a carta cabal, chistoso, embromón, astuto, hábil para enamorar, badulaque, buena gente y querido por todos.

‘Don Evaristo’ y 'Zarzosita'. Representando las estampas quiteñas que caricaturizaban las costumbres de la época. Foto: Archivo / EL COMERCIO


La Torera

Recuerdo haberle visto en varias ocasiones por los años sesenta. Se llamaba Anita Bermeo, nacida en Baños, Tungurahua. Era una señora famosa –de talante barroco- que andaba por Quito muy elegante, con su sombrero lleno de cintas de colores y velo, una tremenda cartera, guantes, medias rojas, tacones, un bastón y un pito.

-¡Torera! ¡Torera!, gritaban los niños y ella los perseguía maldiciéndolos. ¿Y por qué le llamaban así? Porque toreaba a los carros con su bastón… y hacía otras travesuras con su pito.

-‘Soy descendiente del Barón de Carondelet; por lo tanto, soy noble, no como ustedes mocosos sinvergüenzas…’-, decía.

La Torera era un personaje muy querido en Quito y fue parte del escenario urbano. Anita Bermeo falleció en 1984, en un asilo de ancianos, pero vive en nuestra memoria.

Fotos del archivo de César Moreno. En la foto, Anita Bermeo 'La Torera'. Foto: Archivo / EL COMERCIO


Taita Pendejadas

En realidad existían muchos ‘taitas’ en Quito, pero Taita Pendejadas era especial. Su nombre era Eliseo Sandoval, el más popular de Quito. ‘Taita’ proviene del quichua y significa ‘papá’. Y ‘pendejadas’ porque don Eliseo decía tonteras y hacía travesuras por las calles de Quito… Vendía tornillos, latas, fierros y cosas viejas. Con ello sobrevivía.
- ¡Compre, compre vecino. A precio de nada compre las maravillas que le traigo. Mire, observe y pague lo que vale!-.

Así gritaba este buen hombre, viejo, harapiento, con pocos dientes, sonreído y una bolsa al hombro. Y los niños seguían detrás de él haciendo bulla.

Este era el Quito de ayer y de siempre. Aquel que con sus personajes daban carácter a una ciudad que, poco a poco, fue descubriendo su riqueza histórica y monumental, y se abrió a la modernidad. El Quito de La Torera, del Chulla y Taita Pendejadas que, en cierto modo, siguen viviendo en nosotros.