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Este monte –que pasa hoy por un período interglaciar- forma parte de mi vida y de muchas vidas. En las siguientes líneas un relato sobre algunos recuerdos de infancia con soroche incluidos, alegrías y tragedias vividas junto a este verdadero coloso de los Andes, que hoy luce negruzco y alicaído. Y, naturalmente, algo de Humboldt, Whymper y Bolívar.
De pequeños nos hablaban de nevados, es decir, cuando se referían a las montañas con nieve perpetua. Un nevado vecino fue el Chimborazo, cuya cumbre de 6310 m.s.n.m. se consideraba la más alejada del centro de la Tierra. ¿La más alta del planeta? Durante mucho tiempo el Chimborazo tuvo esa dignidad que, luego de varios estudios, cedió terreno ante los ‘ochomiles’ del Éverest, en Los Himalayas.
• Mi amigo, en el centro del Escudo Nacional
Pues bien, este nevado –de nieves ‘eternas’- fue mi amigo durante mi infancia, cuando por la mañana tenía que recorrer un largo camino desde mi casa, ubicada junto a la estación del ferrocarril hasta la escuela de los Hermanos Cristianos, en la ciudad de Riobamba. Su ‘cabellera’ era tan blanca y esbelta que le llegaba hasta sus faldas. Decían, entonces, que el Chimborazo era una mujer, tan grande y bella y que por esas razones fue incluida nada menos que en el centro del Escudo Nacional. A diferencia del Carihuayrazo, de donde ‘cari’ es hombre.
En rigor –macho o hembra- el Chimborazo se distinguía de otros nevados, igual de majestuosos, que cubrían el horizonte de la gran llanura de Tapi: el Altar –gigantesco volcán colapsado-, el Tungurahua con bramidos históricos, el mencionado Carihuayrazo, el Cubillín, al Oriente, y otros montes asimismo imponentes pero sin nieve, que formaban parte de una cadena montañosa digna de una foto de calendario: el nudo de Igualata, la cumbre de Cacha y los páramos más fríos del orbe con lagunas plateadas y aves migratorias.
• Baltazar Ushca, el hielero del Chimborazo
Las nieves del Chimborazo eran consideradas ‘perpetuas’ porque sus hielos correspondían al pleistoceno. De niño ví como llegaban a la plaza de La Merced fardos de este hielo envueltos en paja y trasladados desde la cumbre por decenas de indígenas, los famosos ‘hieleros’ que rompían a golpe de pico el corazón del nevado y luego bajaban en hileras de burros cargados del precioso legado hasta el centro de Riobamba, la ‘Sultana de los Andes’. Varias películas sobre los ‘hieleros del Chimborazo’ dieron la vuelta al mundo, en especial un documental sobre ‘El último hielero’, que relata la historia de Baltazar Ushca, destacado por The New York Times.
Los ‘hieleros’ dieron trabajo a generaciones de placeras, vendedoras y jugueras de La Merced, quienes ofrecían jugos ‘rompe-nucas’ de mora, naranjilla o tomate, con hielo natural del Chimborazo. ¡Nada se comparaba con un jugo elaborado con ese hielo junto a un sabroso plato de hornado!
• Los jesuitas a la conquista del cielo
Pero otras añoranzas también son recordadas: las expediciones de grupos de andinistas ecuatorianos y extranjeros, como ‘Nuevos Horizontes’ y ‘El-Sadday’, que hicieron del excursionismo una escuela de vida. La Compañía de Jesús, en efecto, se distinguió al impulsar en sus estudiantes, el ‘camino hacia la cumbre’, como una filosofía y una motivación al servicio de la formación y los valores. Y los refugios nacieron a la luz de esa directriz. Los padres Pedro Niño, José Ribas, Fabián Zurita, entre otros, lideraron procesos en esa línea. Y otros cultores, hoy profesionales del excursionismo y alpinismo, como Marco Cruz.
Un recuerdo trágico fue la avalancha que sepultó a varios expedicionarios de una misión de japoneses, que subieron a la montaña más alta del mundo –el Chimborazo-. Yo era niño cuando compartí en la estación del ferrocarril la alegría de la organización y la salida, y más tarde el retorno más triste que nunca había sentido.
• Humboldt, Whymper, Bolívar y sus delirios
A propósito de ascensionistas, dos exploradores extranjeros dejaron su huella en las nieves del Chimborazo: Alexander von Humboldt, sabio alemán, y Edward Whymper, alpinista y explorador inglés. Existen evidencias sobre estos acontecimientos acaecidos en 1803, en el caso de Humboldt, y 1880, en el de Whymper.
Humboldt, quien subió al nevado en compañía de Amadeo Bompland y del ecuatoriano Carlos Montúfar, calificó a la cordillera de los Andes como ‘la avenida de los volcanes’, y consideró como su ‘más grande honor haber trepado a la montaña más alta del mundo, el Chimborazo’. Por eso, según los cronistas de la época, el Chimborazo tuvo fama de ‘leyenda celestial’ o la ‘secreta química’, porque para los indígenas era inviolable, para los criollos inaccesible, y para los europeos algo sublime.
Whymper, en cambio, ascendió junto con los hermanos Louis y Jean-Antoine Carrel. En una segunda ocasión, Whymper subió por otro sendero en compañía de David Beltrán y Francisco Campaña, ecuatorianos. La cumbre más elevada de las tres del Chimborazo que conforman el volcán, lleva el nombre de Whymper.
Humboldt y Whymper dejaron escritos de sus hazañas, y también Simón Bolívar, quien en ‘Mi delirio sobre el Chimborazo’, escrito en julio de 1822, narró su misión y su destino libertario. Verdadero o apócrifo, según algunos historiadores, el texto de Bolívar es un referente que narra un encuentro épico con el Tiempo y su filosofía al servicio de la emancipación.
• Y ahora deshielos
Sí, las últimas fotos del Chimborazo reflejan un cambio en su topografía. El paisaje del glaciar es diferente: las nieves –supuestamente eternas- han retrocedido por influencia del denominado calentamiento global y la ceniza del Tungurahua. El deshielo es un hecho, y junto con él han aparecido sus entrañas: rocas negruzcas provenientes de anteriores erupciones que delatan un proceso que podría ser irreversible, como sucede con los casquetes polares. Quedan algunas lápidas de ascensionistas, y los restos de lo que algún día formaron parte de un avión que se impactó con el ‘Rey de los Andes’.
Los recuerdos vividos en la montaña, sin embargo, están vivos. Allí están los juegos en los páramos de Urbina, las caminatas en caballo por las llanuras de Luisa, los sonidos del ferrocarril de Alfaro y los vientos fríos de una mañana nublada que pronto se abrirá para dejar ver el monte más hermoso: el Chimborazo.