Fútbol on the rocks

Los que no hemos tenido la suerte de ser futbolistas de verdad, los que tenemos que conformarnos con verlo en la tele y los graderíos, casi siempre lo hacemos con el vaso de cerveza, algún traguito, acompañado de amigos, con los que salen a flote conversaciones sobre cualquier cosa que nos deja el partido. De eso se trata este blog: hacernos a la idea de que somos amigos, de que estamos en un bar o en la sala de una casa hablando de fútbol, de este mundial Rusia 2018. Twitter: @santiaestrella

Santiago Estrella

Periodista de EL COMERCIO desde el 2002. Es hincha de Aucas y de Racing de Avellaneda.

¡Qué ganas de encontrarse una guerra!

A veces buscamos darle una importancia mayor al fútbol de la que realmente tiene. Estoy convencido de que el fútbol es totalmente necesario. Cuando me he dedicado a imaginar cómo habría sido el siglo XX -y este- sin fútbol, las imágenes suelen ser espantosas: una convulsión, una violencia sin escapatoria posible…

Hay quienes dicen, queriendo parafrasear a Marx, que el fútbol es el opio de los pueblos. O esos que dicen: pan y circo, como si ambos fueran un crimen y un atentado a la inteligencia.

Ahora me acuerdo de lo que dijo el gran escritor Jorge Luis Borges. Él decía que si algo hay que reprochar a los ingleses será la invención de un deporte tan estúpido como el fútbol. A Borges se lo tolero porque… Bueno, Borges es Borges. Pero lo que dice la mayoría de las personas es signo de que tienen un conflicto con la diversión y la escapatoria de la realidad.

Que nos les guste el juego, está bien. Están en su derecho. Cuando antes el Mundial se transmitía por cadena nacional de televisión (sí, el país era otra cosa antes), yo pensaba que eso era cruel porque todos los canales sin excepción pasaban los partidos. Y por esa razón, en 1990, nadie en el país pudo ver la final de Roland Garros que ganó el ídolo del tenis ecuatoriano, Andrés Gómez. Solo el canal 10 tuvo la osadía de pasar los últimos dos games ante Andres Agassi.

Es necesario escaparse de la realidad. Es necesario desfogarse. No se puede estar todo el tiempo en una seriedad que parece más ‘solemnidad’. Y la solemnidad aburre. Hay que divertirse, aunque sea cada cuatro años.

Ahora, es cierto que el fútbol se ha prestado para el abuso de los políticos. Los gobiernos son felices con los Mundiales porque saben que pueden hacer lo que les dé la gana que no nos damos ni por enterado. El Mundial de Argentina, por ejemplo, sirvió a la dictadura. Los gritos por los goles de Mario Alberto Kempes acallaban los gritos de los torturados en los centros clandestinos de detención ilegal. El más importante de ellos, la ESMA, de donde fueron desparecidos más de 5 000 jóvenes, quedaba apenas a cuatro cuadras del estadio de River Plate, en donde Daniel Pasarella levantó la Copa FIFA.

Esas cosas existen y son reprochables. No podemos hacernos los giles y hay que ver qué pasa en el mundo, en dónde los poderes juegan con nuestras vidas (ese sí es un deporte reprochable que se dan todos los días de nuestras vidas y sabremos siempre cuál es el resultado final).

Ahora, hay cosas ridículas en algunos periodistas deportivos. Ayer, 11 de junio, leí una nota de una agencia de noticias a propósito de lo que será el partido más atractivo de la primera fase: España-Portugal. Dice: "En 1494, Portugal y España se repartieron el Nuevo Mundo, con el beneplácito del Papa, y cinco siglos más tarde, los hermanos ibéricos se enfrentan el viernes en el Mundial-2018, en un reflejo deportivo de una rivalidad hereditaria entre el mayor español, tan seguro de sí mismo, y el más joven portugués, acomplejado durante largo tiempo."

¿Alguien me puede ayudar a imaginar qué quiso decir el periodista? Entiendo que en el mundial 86 no se pudo evitar vincular el partido Argentina-Inglaterra con la guerra de las Malvinas. Los dos goles de Maradona -la mano de Dios y la genialidad del 10- fueron una reivindicación de los argentinos ante una guerra injusta, ideada por los dictadores que mandaron a los jóvenes al matadero para pelear contra la mayor armada del mundo.

Pero habían pasado cuatro años apenas de eso. Ahora, ¡el autor de esta nota busca en el fútbol la analogía de la repartija del mundo de 1494!
Mi amigo Simón Ordóñez Cordero, al saber de este párrafo, me recordó un libro que pretendió ser una mini historia del Ecuador. Empezaba por el Big Bang.

“Hay que reconocer el esfuerzo”, dice Simón. Y es cierto.