A Michel Houellebecq (Francia, 1958) la pandemia provocada por el covid-19 no le ha servido, como a otros escritores, para idealizar un mundo mejor, sino para reafirmar su creencia de que en el futuro las cosas seguirán igual. En una carta, que fue leída hace unos días en la emisora France Inter, sostiene que después del encierro no despertaremos a un mundo nuevo, sino que volveremos a uno que será un poco peor.
En ese contexto, el autor de ‘Las partículas elementales’ y ‘El mapa y el territorio’ habla de su visión del virus, el trabajo de los escritores -haciendo una comparación entre la perspectiva que tenían Flaubert y Nietzsche sobre el tema-, la opinión de la pandemia que han lanzado otros autores franceses, como Catherine Millet y Emmanuel Carrére, y sobre el poco valor que ha adquirido la muerte de los otros, en estos meses.
En su carta sostiene que la muerte nunca ha sido tan discreta como en las últimas semanas y tiene razón. Antes del inicio de esta pandemia, incluyendo sucesos que marcaron a este siglo, como el atentado terrorista del 11S, la muerte había estado acompañada, aunque fuera mínima, de una ritualidad. Ahora, por las precauciones sanitarias, la muerta de miles de personas está acompañada de estadísticas y silencio.
Sobre las estadísticas está claro que lo queremos saber todo. Despertamos cada mañana ávidos por conocer cuántos nuevos muertos por covid-19 hay en nuestro país, ciudad, cantón e incluso cuántos hay en nuestra parroquia. Sobre el silencio sabemos muy poco, sobre todo, aquel que ronda las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) de hospitales y clínicas y el que hay en las habitaciones de los hogares de ancianos.
Uno de sus reparos más interesantes está precisamente en un dato estadístico: la edad de los enfermos y su importancia en la prioridad de atención médica. “Depende, aparentemente, de la región del mundo donde vivimos; pero nunca, en ningún caso, nadie había expresado con tanta tranquilidad el hecho de que la vida de todos no tiene el mismo valor; que desde cierta edad, 70, 75, 80 años, es como si ya estuviéramos muertos”, dice.
En ‘La posibilidad de una isla’, el único libro de su autoría que cita en la epístola, cuenta la historia de Daniel1 y Daniel25, dos personajes separados por dos mil años de existencia pero que son la misma persona, porque el segundo es una réplica genética del primero. Una de sus diferencias radicales es que mientras el Daniel del presente vive con miedo constante a la muerte al del futuro no le importa, porque ha sido superada.
El pesimismo que puebla la obra de este autor -también está presente en su poesía-, está más vinculado al cuestionamiento visceral de una sociedad que se ha acostumbrado, de forma errónea, al sufrimiento, que al fatalismo. ¿Por qué el Daniel del futuro es infeliz a pesar de que la muerte no existe? Quizá, una de las posibles respuestas, sea porque las personas nunca entendieron el valor que tenía la vida de los otros, incluida la de los ancianos.