Hay silencios que propagan la violencia y que la mantienen viva a perpetuidad. Con el paso del tiempo, esos silencios consumen la existencia de las víctimas, pero también la de los victimarios; lo que no se dijo o lo que se dijo a medias arrasa con ellos y con todos los que están a su alrededor.
De esos silencios cómplices y de esas verdades dichas a medias, que contaminan y pudren todo a su paso, está poblada ‘Y líbranos del mal’, una novela en la que el escritor peruano Santiago Roncagliolo hurga en el mundo del fanatismo religioso, el abuso de poder y la pederastia.
El protagonista y narrador de esta historia es Jimmy, un adolescente que vive en Nueva York junto a su padre, el administrador de la catedral de Brooklyn y su madre, una feliz ama de casa. El final de sus años colegiales coincide con la enfermedad de su abuela, su única conexión con Perú.
Antes de viajar a Lima a cuidar a su abuela, Jimmy no sabía nada del país de su padre. Durante sus años de infancia y adolescencia, Sebastián, un limeño de clase media alta, había omitido cualquier referencia de su vida en ese país andino, ni siquiera había escuchado el nombre de ninguno de sus amigos.
Esos nombres van a ir apareciendo en la vida de Jimmy de una forma lenta y dolorosa; nombres acompañados de historias de abusos perpetrados por hombres corrompidos, escudados por una sociedad en la que reina la mojigatería, los silencios y el sálvese quien pueda; y por una iglesia que lo niega todo.
Los personajes que Roncagliolo pone en escena viven en una constante lucha entre la idea del bien y el mal impuesta por la religión católica. El único que rompe esa lógica es Jimmy, que a pesar de su corta edad, se da cuenta de que la maldad puede esconderse en los rostros más angelicales y carismáticos.
Justamente carisma es lo que le sobra a Gabriel Furiase, la cabeza de un grupo religioso que durante años se dedicó a reclutar a jóvenes limeños, entre ellos al padre de Jimmy, para “expandir” las buenas nuevas entre los ‘pecadores’ y ayudar a las personas más necesitadas de las periferias limeñas.
Él es la encarnación de esos nombres, que por décadas, la Iglesia Católica ha ocultado y que han salido a la luz en el mundo de la literatura y del cine a través de historias como ‘Marcial Maciel: historia de un criminal’, de Carmen Arístegui, ‘Detrás del muro’ o ‘Spotlight’.
Furiase es un personaje que está ahí para incomodar al lector y para que uno se pregunte hasta dónde puede llegar la obediencia ciega. Si Sebastián tuviera que responder a esta interrogante seguro diría que a los territorios más oscuros de la existencia humana y en su caso, además al autoexilio.
Del otro lado está el padre Gaspar, el acólito de la abuela de Jimmy y amigo de juventud de Gabriel Furiase. Aunque es la antítesis del líder carismático su existencia permite disparar otra de las preguntas esenciales de esta historia, en la que el mal se enmascara bajo el rostro de una familia en apariencia perfecta: ¿A partir de qué punto el silencio nos hace cómplices y culpables?