Día raro, de mal fútbol. Los octavos de final poco a poco han ido enterrando ese despliegue vistoso, saltarín y alevoso de la fase de grupos. Puede deberse a que, como dijo alguien, el Mundial de verdad empieza en los partidos de eliminación y ahí todo es más cauteloso; un error borra todo el trabajo del torneo. Además, tras el susto que pasó Brasil con Chile, los ‘grandes’ no quieren sorpresas en estos tiempos en que la ‘grandeza’ depende menos de la historia de la camiseta que de las individualidades.
Quizás por eso Francia ganó en un cotejo que se resolvió por las fallas del guardameta y la defensa. Es cierto que los ‘bleus’ fueron merecedores del triunfo pero la verdad, desnuda y sin verso, es que Benzema y compañía jugaron fatal y que Nigeria no tenía armas para proponer el partido y hacerlo más interesante. Bostezo puro hasta que llegaron los goles en el tramo final, aunque del escarnio merece salvarse Pogba, un crack que esta vez marcó la diferencia. Lástima por Nigeria, que se llevó la última esperanza del África Negra.
Luego fue el turno de Alemania, superado en varios tramos por Argelia, su verdugo de 1982. Los fantasmas de aquella vez volvieron, se materializaron en Porto Alegre y metieron a los chicos de Löw un enorme susto. Los zorros fueron mejores, marcaron con criterio, atacaron con un despliegue plástico y sutil, pusieron en apuros a la tan mentada maquinaria germana, hoy sin suficiente aceite en los engranes para anotar en tiempo normal. Fue necesaria la prórroga para que Alemania, con mejor estado físico, se recompusiera y ganara el partido.
Lo mejor de la jornada corrió por cuenta del presidente de Uruguay, quien se olvidó de las formas para decir que la FIFA está llena de “viejos hijos de puta”. Comentario gracioso para los que defiende a Suárez y sus vampíricas actitudes. Lástima que Mujica caiga en ese populismo barato y que además constituye una coartada al fracaso de una Celeste de juego abominable. ¿La envidia de los millones que maneja la FIFA? Quizás.