Las mujeres estamos en desventaja frente a los hombres en múltiples aspectos de la vida, en el acceso a salud, educación, trabajo y participación política.
El Ministerio de Trabajo no marca un camino claro a seguir en materia de teletrabajo.
La Universidad de Salamanca data del 1218. La historia de profesores célebres que han pasado por allí es más que profusa. Ente estos personajes está Francisco de Vitoria, el inventor del Derecho Internacional. La leyenda de su muerte es preciosa. Cuando estaba enfermo y cerca de morir, en el agosto de 1546, estaba encamado en el maravilloso convento de San Esteban. Este edificio está muy cerca del castillo de la Universidad, pero entre ambos lugares había una quebrada (actualmente hay un relleno). Tan amado era el profesor y los estudiantes tan sedientos de escucharlo y aprovechar sus últimas palabras en vivo, que decidieron ir al convento, cargar su cama a través de la quebrada y llevarlo en la Universidad para que dicte acostado sus últimas lecciones.
jguarderas@elcomercio.org ¡¿Cómo puede ser que esta tierra tan rica haya sido saqueada por potencias extranjeras?! ¡Aquí quien tiene que robar somos nosotros! La corriente populista latinoamericana – que nada tiene que ver con la izquierda – llamada “socialismo del siglo XXI” va más allá de las contradicciones, llega al absurdo. Chávez potenció y endiosó la figura del libertador Simón Bolívar, todo parte de una propaganda – muy exitosa – dirigida a someter al pueblo venezolano al yugo más cruel y miserable que yo he presenciado en mi vida. Ahora, cuando en Venezuela se lanza un billete de un millón de bolívares que vale apenas 52 centavos de dólar, habría que preguntar si los ciudadanos se sienten tan liberados. Aquí hubo otro tanto de lo mismo. Correa se lanzó a la presidencia chillando en contra de la presencia estadounidense en la Base de Manta ¡Entreguistas! ¡Tenemos que recuperar la soberanía! Luego resultó que se mandó una valija diplomática con droga a Europa. Años después se de
Entender la clase política ecuatoriana – podrida, poco preparada, sin ideología e inclinada a la corrupción – no requiere el intelecto necesario para mandar un cohete a Marte. No es resolver la conjetura de Riemann en matemáticas; es apenas ver un poco de deporte.
Les cuento una anécdota triste, muy triste, pero que resultó divertida. Había un universitario que quería apoyar al país, invertir su tiempo en el bienestar colectivo. Hace meses me pidió consejos y le expuse – de la manera más objetiva que me fue posible – las opciones de partidos disponibles – con sus pros y contras – para que él escoja cuál le convenía. ¡Y se metió con gran entusiasmo!
¿Es bueno o es malo manipular células madre para producir órganos en un laboratorio? Si un país pobre debe gastarse mucho dinero en comprar unas pocas medicinas para tratar enfermedades raras y cumplir con los derechos a la salud que le exige su legislación, pero al hacerlo estaría dejando de promover el bienestar de muchas más personas, ¿cómo debería obrar? Si pudiéramos clonarle a nuestro Eugenio Espejo, ¿deberíamos hacerlo?
Su alimento primordial, su adicción, su soporte vital es la alabanza y el fanatismo; siendo él el primer y máximo enamorado de sí mismo. Es su dieta predilecta, él es el principal destinatario de sus discursos y le gusta escucharse acompañado de adoraciones y aplausos. Y, no se trata meramente de una necesidad psicológica de reafirmar su autoestima a partir de la aprobación de los demás. No. Es su trip de placer, su subidón imprescindible.
También pensé que este artículo podía llamarse “Vender el alma al diablo”, pues esto es justo lo que pasó. Los populismos sudamericanos aglomeran sus votantes en torno a las emociones, y para esto pocas cosas funcionan tan bien como victimizarse. Evidentemente el discurso antiimperialista era solo un mecanismo electoral: buscar un enemigo fácil de identificar, atacarlo a gritos con discursos revanchistas para animar el romanticismo de la gente, ganar elecciones… y luego seguir sometiéndose a potencias extranjeras si ello es menester para mantenerse en el poder. Tengámoslo muy claro, no somos un ápice más soberanos, simplemente cambiamos un imperialismo por otro, el estadounidense por el chino. Para llegar y mantenerse en el poder Hugo Chávez no tuvo ningún problema en vender el alma de su país.
Abierta y frontalmente apoyé al Gobierno cuando decidió dar asilo a Julián Assange. Escribí un artículo en este Diario que fue tremendamente controversial. Todavía considero que había fundamentos suficientes para concederlo, y no me arrepiento de mi postura inicial.
Los daños generados por la consabida “Década ganada” son tan profundos y diversos, que ni siquiera estamos en capacidad de identificar todavía todos retrocesos que sufrió nuestro país. Años pasarán hasta que podamos conocer todos los casos de descarada corrupción (si es que tenemos la maravillosa suerte de que ese día llegue, yo no lo creo), mucho más tiempo procesarlos y sancionarlos como lo requeriría la democracia y la justicia. Las rupturas institucionales han sido tantas, y nos hemos acostumbrado tanto a ellas, que hasta que caigamos en cuenta de estos absurdos faltará mucho para que recuperemos lo perdido.
Hace días estuve conversando con un argentino en Quito. “¿Te das cuenta la vergüenza? Maradona apoya a Maduro, es una desgracia para los argentinos. La gente debe pensar que somos todos así de imbéciles.” Yo no estaba muy agudo en ese momento y no me di cuenta del despropósito en que caía cuando asentí despreocupadamente, “Es cierto, a mí sí me daría vergüenza”. Lo dije conmoviéndome de la situación del argentino, sin darme cuenta que yo estaba en una posición infinitamente peor. Nuestra canciller, quien oficialmente nos representa había reiterado el apoyo irrestricto al régimen de Maduro, además de condenar las sanciones estadounidenses.
¡Cuántas veces he escuchado los lastimeros deseos de que Quito se asemeje – aunque sea remotamente – a Nueva York o París! Sufrimos en nuestro subdesarrollo pensando que jamás nuestras urbes llegarán a brindarnos la riqueza de oferta cultural de las ciudades vanguardistas. Ay que dolor que no tengamos un Guggenheim, un MOMA, un Centre Pompidou…
El final del 2016 parecía el apocalipsis. A nivel mundial la democracia aparentaba derrumbarse como un castillo de naipes. ¿El asesino? El populismo.
El populismo es un cáncer para la democracia. Y, al igual que la enfermedad, este puede atacar a ricos o a pobres, a grandes o pequeños; todos somos potencialmente vulnerables.
Es un tiempo horrible para ser joven. Es inevitable que miremos alrededor y sintamos que el mundo se está desplomando; que lo que recibiremos será un barco ya hundiéndose.
Pocos países han sido tan desdichados en las últimas décadas como Zimbabue. Les pasó por encima un desastre llamado Robert Mugabe. Esta reencarnación del infortunio llegó al poder en 1987, por entonces al país se le llamaba “perla de África” por su belleza, y “granero de África” por la fertilidad de sus tierras y la productividad de su agricultura.
Empecemos por lo principal, no podemos vivir con miedo. Mientras planificaba la demanda mucha gente me conminaba a que me abstenga; quién sabe qué consecuencias nefastas me caerán.
La información respecto a fraudes electorales es tan escasa y tan opaca que es difícil saber en qué medida – con índices cifrados – se ha empeorado. En todo caso, la magnitud de las denuncias, informes y sospechas de irregularidad son tales que parece que indiscutiblemente el tiempo ha obrado de manera inversa con la democracia. Es decir, con el transcurso de los años no hemos perfeccionado nuestros sistemas electorales, sino que por el contrario, estos son cada vez más vulnerables, más asequibles a la manipulación, más instrumentalizados por ciertos grupos de poder.
No está mal levantar la vista, ver lo que ocurre en el extranjero, y recordar viejos errores nuestros. Esta vez la lección viene desde África, donde el pasado mes ocurrió un hecho inédito.