83 años ha estado vigente la norma que excluye de la sanción penal al aborto provocado, en dos circunstancias: para evitar un peligro para la vida o salud de la mujer embarazada (si no existe otros medios); y, si cuando embarazo es consecuencia de una violación y la mujer que padece discapacidad mental (idiota o demente en su versión original). En el 2014, el Código Integral Penal cambió los términos para referirse a la persona con discapacidad intelectual, pero el resultado fue más allá de la semántica: al admitir que el aborto no debía penarse en el caso de violación a una mujer con discapacidad intelectual, reconoció que un embarazo producto de una relación no consentida podía ser interrumpido sin sanción penal, no por razones eugenésicas como en 1938 sino por derechos de las víctimas de violaciones. En ese 2014, con Correa, un conservador social extremo en el poder, mantener la despenalización del aborto en esas dos hipótesis era un tema de mínimos, no hacerlo hubiese sido un regre
Guillermo Lasso triunfó en contra de todos los pronósticos que daban por perdida la elección: desde la idea de que un banquero nunca podría ganar la Presidencia, hasta el hecho de que su campaña empezó días más tarde con acusaciones de fraude de parte de Pérez, y que los votos a conquistar estaban alineados a agendas de centro o izquierda; ya numerosos votos, desde la primera vuelta, provenían -en su mayoría- de grupos que, sin compartir las propuestas del candidato, votaban en contra del regreso del correísmo.
Hoy, el día después de un hecho determinante, muchos nos preguntaremos nuevamente si existe alguna posibilidad de construir un proyecto de país, un proyecto en el que los que piensan distinto no sean tratados como enemigos a vencer, en el que aceptemos que hay muchas cosas, muchas más de las que nos gustaría, que están mal, que no se puede construir una sociedad basada en imposición de visiones únicas del mundo, de la moral, la estética o la política. Tampoco podremos tener un proyecto viable de sociedad sin reconocer que la exclusión, la discriminación, la distinción son una marca inaceptable de nuestra sociedad, que es urgente tomar medidas que contribuyan a superar la situación de pobreza en que viven millones y asumamos que no es posible seguir adelante dejando atrás a muchos; pero que tampoco se pude ahogar a quienes asumen riesgos, tienen iniciativas, emprenden.
Un libro que recomendaría para entender la complejidad que encierran delitos como genocidio y lesa humanidad sería Calle Este-Oeste de Philippe Sands, un profesor de Derecho Internacional y abogado que ha llevado casos ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y la Corte Penal Internacional de La Haya. Es un libro que combina una historia personal, la de su abuelo sobreviviente de la matanza de judíos en Polonia por los nazis, con la revisión de la forma en que se elaboraron dos de las categorías más importantes de protección de derechos a nivel internacional: genocidio y lesa humanidad; todo a partir de contar la vida de dos juristas, nacidos en la misma ciudad que su abuelo, Rafael Lemkin y Hersch Lauterpacht, y sus contribuciones al derecho internacional.
Parece que el tiempo, el mal gobierno de Lenin Moreno y una intensa campaña de desinformación y propaganda, han borrado de la memoria -de muchas personas- la forma en que Rafael Correa acumuló el poder durante sus diez años de gobierno; lo que abrió la puerta al autoritarismo, la perdida de transparencia y, como dejó en claro el caso Odebrecht, graves casos de corrupción.
Uno de los síntomas más claros de la crisis múltiple que vivimos (económica, sanitaria, política y ética) es el crecimiento significativo del número de personas que quieren, literalmente, huir de aquí.
Crecí en Latacunga, estudié en escuela y colegio fiscal. Eran clases grandes en las que estábamos juntos niños de todos los sectores de la ciudad: niños indígenas, campesinos, hijos de personas que trabajaban en el servicio doméstico, de empleados públicos, de comerciantes, en fin, una diversidad impensable en estos tiempos en que la educación pública y la privada separan. En mi infancia se vivía un racismo abierto, pero en la escuela descubrí un racismo más duro, más violento y descarnado.
Es poco recibir 8000 vacunas para el covid-19, pero muchos nos alegramos al mirar que se las administra al personal médico, de primera línea, que ha estado enfrentando la enfermedad y la muerte día a día. La vacuna nos da esperanza de que se podrá controlar la pandemia, recuperar algo de normalidad y enfrentaremos, en mejores condiciones, algunos de los graves problemas que están ligados a la presencia del virus o que se han agravado gracias a él.
El gran jurista italiano Norberto Bobbio sostenía, en lo que se ha convertido en un lugar común, y no lo digo en sentido peyorativo, que el “problema de fondo relativo a los derechos humanos no es hoy tanto el de justificarlos como el de protegerlos. Es un problema no filosófico, sino político”.
La última semana del 2020, Annus Horribilis. Todos -o casi todos- nos hemos enfrentado a la certeza de nuestra vulnerabilidad humana, al dolor de las muertes sin despedida que se multiplicaban, a la indignación por la incompetencia, corrupción y mentira. Cerramos el año con algo de esperanza por el futuro (gracias a la vacuna), un futuro incierto en muchos aspectos, excepto por la seguridad de nuestra mortalidad.
En el libro “La sala de máquinas de la Constitución”, una suerte de clásico del constitucionalismo contemporáneo, Roberto Gargarella advierte que los textos constitucionales que se aprobaron en la región tienen una gran debilidad: una supuesta profundización democrática y amplios catálogos de derechos, que conviven con formas de ejercicio de poder que vienen del pasado; en nuestro país esto se reflejó en el híperpresidencialismo correísta. Aunque algunas reformas respondían a la inestabilidad institucional por las destituciones irregulares de presidentes, había una clara intención del movimiento gobernante de establecer un autoritarismo con apariencia democrática. Sin importar cuantas referencias el texto constitucional haga a la democracia participativa o al control del poder, el resultado fue un régimen pensado como traje a medida a Correa y su permanencia en el poder.
Lo sucedido con la llamada “pareja del terror” es el mejor ejemplo de la simplificación que la mayoría de los medios de comunicación, los políticos y, lamentablemente, el Estado, parecen tener respecto de los problemas de seguridad ciudadana. Muchas respuestas institucionales se elaboran a partir de lecturas binarias, simplificadoras, que sin ser nuevas, se hacen más evidentes en estos tiempos de polarización. Esto es claro si nos fijamos en tres de esos muchos reduccionismos: pobreza y delito, porte de armas e indefensión, garantismo e incremento de penas.
Una regla ética común para quienes ejercen la abogacía es no llevar a los medios los casos en que trabajan, patrocinan o por los que reciben un pago, excepto cuando se lo haga con el objetivo de evitar que se cometa una injusticia. El Código de Ética Avellán Ferres, vigente pero un tanto anacrónico, de forma textual establece: “El abogado no debe usar de la prensa para discutir los asuntos que se le encomienden ni publicar en ella piezas de autos, salvo para efectuar rectificaciones cuando la Justicia o la moral lo exijan o cuando el litigio sea contra el Estado y verse sobre una garantía que se considere violada”.
En el año 1967 el francés Guy Debord publicó “La Sociedad del Espectáculo”, en el que presenta a una sociedad en la que la realidad es reemplazada por situaciones construidas, máscaras fabricadas que hacen -casi- imposible identificar realidad y representación, en la que el público, todos nosotros, llega a confundir realidad y ficción, y termina juzgando sólo las apariencias.
Seguimos disfrutando del triunfo de la selección. Es la primera vez que hacemos seis goles y le ganamos a un muy difícil equipo como el colombiano. No hay duda, los triunfos levantan el ánimo, nos llenan de orgullo y, especialmente en estos momentos, nos ha brindado algo de esperanza y sentido de unidad. Las victorias, las actuaciones épicas nos alegran y nos recuerdan que no todo es tan oscuro como nos lo pintan quienes buscan sacar ventaja de ese sentido de desesperanza que se expande con la pandemia, la crisis económica y el incremento de la inseguridad.
No paran las críticas a la vicepresidenta de la República por su viaje a Europa. Pese a las explicaciones sobre la naturaleza oficial del viaje, que consideran que algunos resultados se obtuvieron y que el visitado no fue el Papa sino el jefe del Estado Vaticano, y no obstante la aclaración de que los gastos de la familia se cubrieron con recursos personales, nada cambia la impresión de que, en el contexto de crisis social y económica que vivimos, no se justificaba un viaje que, aunque no hubiera sido posible reemplazarlo con el uso de medios electrónicos, para nada hacía necesaria la presencia de la familia de la Vicepresidenta.
Deben ser ya un par de semanas que recibí, en mi cuenta de Twitter, un mensaje insultante de un desconocido. Nada nuevo pensarán; las redes sociales son un espacio donde muchos, a cara descubierta o parapetados en el anonimato, descargan su rabia, su frustración o su antipatía; para un odiador (un “hater”), cualquier razón es buena para insultar: pensar distinto, ser un personaje público, contar una historia alegre o una historia triste. Pero esta vez el insulto era diferente: además de no tener sentido alguno en el contexto en que se lo profirió, el insultador lo explicó. En resumen, palabras más, palabras menos, me insultaba porque él era “más joven”; nací un 4 de julio de 1985 -decía-, así que “aprendí…los defectos del Ecuador más rápido que ustedes”, los viejos, se entendía. Terminaba su mensaje diciendo que “los viejos me bloqueaban” porque él era sabio. El insulto básicamente era porque él era joven y yo viejo. Ese momento me pareció extraño y nada más, sin embargo, en los días s
Recordarán cómo, muchos que se cuelgan el cartel de defensores de derechos humanos, callaban ante los abusos que cometía el gobierno de la “revolución ciudadana” y, ante las muchas contradicciones. Supuestamente se favorecía la participación, los derechos, la transparencia y la democracia, cuando la acción política era autoritaria, opaca, con una democracia plebiscitaria con ventajas indebidas. El silencio ante las contradicciones se explicaba como una defensa del “proyecto”, como no “hacerle juego a la derecha” y no poner en riesgo lo “bueno” de la Constitución de Montecristi.
La amenaza de la violencia se cierne en el país. Lo sucedido en octubre del 2019 es considerado por muchas personas como una expresión legítima del descontento social, protegida por el derecho a la libre expresión, a manifestarse y a protestar. Protesta social en la que ciertas formas de manifestación son usuales: salir a las calles, cortar la circulación, realizar pintas en las paredes, etc.; formas para dar voz a los “sin voz”, aquellos que no tienen acceso a los grandes medios o espacios similares, quienes logran hacerse escuchar por medio de una acción colectiva, masiva, sonora, molesta para algunos, o disruptiva, como le llaman ahora.
Lenin sostenía que “…es evidente que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal que ha sido creado por la clase dominante…”. Cito esto a propósito de las ideas planteadas en el libro “Estallido. La rebelión de octubre en Ecuador”, escrito por Leónidas Iza, Andrés Tapia y Andrés Madrid, presentado por sus autores como un relato colectivo, una lectura “orgánica” de octubre del 2019. Leí el texto que los autores describen como objetivo, pero no neutral, producto de intelectuales orgánicos para promover un debate real, lo que según ellos deja en claro la objetividad de su texto (imposible desde la organicidad) y les hace poseedores de la verdad: “no queremos quedarnos con suposiciones de las verdades, sino que la verdad construida a partir de una realidad (sic) construida en teoría”, dice Tapia en una de las presentaciones. En pocas palabras, debatamos, pero tenemos la verdad; “octubre