La palabra libertad o más bien dicho su uso se está convirtiendo en un tema incómodo para el Gobierno.
El primer síntoma de esta incomodidad se evidenció hace ya varias semanas cuando el ministro Guillaume Long puso en su cuenta de Twitter que era necesario que la palabra libertad dejara de ser patrimonio exclusivo de la oposición. “Es imperativo expropiar a la derecha ese monopolio del uso de la palabra libertad”, dijo entonces Long en lo que terminaría siendo toda una polémica en redes sociales.
Luego llega el spot para televisión. Dejando de lado cualquier lectura sobre la manipulación maniquea y barata sobre el tema, está claro que quienes estuvieron tras la creación conceptual de esta “pieza” (así la llamó el secretario de Comunicación Fernando Alvarado) tenían la encomienda de crear una alegoría que deslegitimara cualquier apelación al concepto de libertad que provenga de sectores que no son de las simpatías de la llamada revolución ciudadana.
Si la palabra libertad es utilizado por banqueros o por periodistas, entonces estamos hablando de una libertad tergiversada e ilegítima.
Hay que, entonces y siguiendo la idea de Long, “expropiar” el monopolio del uso de la palabra libertad. El resultado argumental, sin embargo, fue lamentable rayando en lo ridículo.
La “pieza” deja en claro que el tema de las libertades y los derechos han estropeado la imagen del gobierno y que ese estropeo se siente. Por eso es necesario deslegitimar o vaciar de contenido al uso de palabra cuando se la usa como crítica a las políticas del régimen. ¿Cómo? Pues si la usa la llamada revolución está bien, pero cuando son los otros los que la pronuncian entonces es perversa.
Perfectamente fascista.