Violada, asesinada. Jordana, 10 años, ha sido víctima de una violencia que espeluzna: la infringida contra niños en su hogar, en Ecuador. La violación y el femicidio (los asesinatos de mujeres -incluidas niñas- por el hecho de serlo, en relaciones de poder) son el reflejo de la violencia de una sociedad machista, como la ecuatoriana, donde ser mujer es sinónimo de objeto.
¿Objeto? Sí, de cosificación. Una visión que coloca a los hombres como el eje de todo arraigada sobre aquella que coloca al adulto como ser impoluto e incuestionable. Androcentrismo y adultocentrismo que matan.
¿Muertes por violación? Sí. Hay que leer el estudio de la Situación de la Niñez en Ecuador presentado este 2019 por Unicef: “No se ha cumplido todavía el objetivo de educar a la población en la prevención y promoción de la salud. Uno de los problemas más graves tiene que ver con el embarazo adolescente. Su no prevención puede traer incluso consecuencias mortales no solo por riesgo en la mortalidad materna, sino porque la situación del embarazo empuja al suicidio”.
El documento trae testimonios: “A veces hemos visto que las jovencitas de 12 a 14 años piensan que les van a maltratar. Toman la decisión de suicidarse por el miedo a hablar o que la gente se entere de que fueron violadas”. Niñas violadas muertas y no solo por suicidio. La mayoría de las 140 menores de 9 años asesinadas desde el 2001, decía en abril el investigador Esteban Ortiz (artículo en GK), fueron víctimas de abuso sexual, trata o violación.
Que un padre admita que “solo” violaba a su hija, pero que él “no la mató” es la revelación del tamaño de la naturalización de esa violencia. Señores, frente a tal realidad lo menos que se espera es un Estado que cumpla su parte, con presupuesto para erradicar la violencia de género, para educar en sexualidad sin moralismos y para crear políticas públicas sin criminalizar a las niñas, como en el aborto. Son tareas inaplazables.