De taquito

De taquito

Una profesión algo inoportuna

Cuando era niña tomaba una cuchara de madera (a manera de micrófono), me colocaba detrás de un mueble y empezaba a narrar las noticias que seleccionaba de una revista de publicación mensual. Leía incluso la publicidad. Era divertido y fácil.

Una vez graduada de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central cambié la cuchara de madera por una grabadora de última tecnología. Esa fue la recomendación de los profesores: comprar una herramienta de trabajo que guarde cada palabra de los entrevistados, por seguridad de ambas partes.

Con ese objeto, una cajita que almacena historias, he entrevistado a decenas de futbolistas, dirigentes del fútbol, aficionados al fútbol, a amantes del ciclismo... También ha sido divertido y de alguna manera fácil.

Pero ahora, después de nueve años de ejercer mi profesión, me encuentro en Manabí, la provincia que fue sacudida por un terremoto de 7.8 en la escala de Richter con la misión de encontrar historias. Como historias llamamos a aquellas narraciones que sorprenden, que conmueven, que indignan. Aquella misión podría considerarse como una tarea fácil pues en medio de tanta desgracia y destrucción es obvio que hay historias que sacudirán y conmoverán al lector.

Pero ¿saben algo? no es fácil abordar a una persona que ha perdido a un ser querido o a su casa. Cuesta y cuesta muchísimo. Duele sacar la grabadora, pedir que se identifiquen y después esperar que se desprendan de imágenes y escenas de dolor.

El periodismo, sin duda, es para mí la profesión más linda del mundo. Es una profesión que impacta en lo profundo de los corazones, que busca poner sobre la palestra las cosas que nos hacen bien y aquellas que nos dañan. Gracias al trabajo de los periodistas han caído mafias y han encontrado solución a sus problemas millones de personas.

Pero ahora, precisamente, siento que es una profesión inoportuna. Llevo cuatro días aquí y llegué después de que los gritos de auxilio cesarán, y aún sin ver todo aquello el miedo no me deja dormir, el mínimo ruido me despierta, las imágenes de destrucción recorren mi cabeza.

Ahora hay escombros por todos lados y decenas de personas que viven en la calle, cobijadas tan solo por un toldo. Viven en un espacio reducido, donde funcionan la cocina, el baño, la sala, los dormitorios. En ese espacio reducido viven una madre, un padre, niños, mascotas. En una de esas carpas, precisamente, está Mía, que tiene tres días de nacida.

La insalubridad está presente y la situación de riesgo crece cada día. Con ese panorama desolador cuesta preguntar y cuando deciden hablar cuesta sostener la grabadora y escuchar. Y es que muchos creemos que el periodista es solo eso: alguien que toma un micrófono y va detrás de una noticia. Al parecer, se olvida que también somos humanos, que sentimos y que nos duele el alma ver y no tener esa varita mágica para atender las necesidades de las personas.