No concibo mi vida en modo SEDENTARIO. Yo necesito sumar kilómetros a diario para seguir en el juego.
Moriría -100% segura- si dejara de levantarme cada mañana. Es difícil, lo sé. Para hacerlo más divertido, me propuse un reto: correr 10 maratones seguidas en diferentes partes del mundo. ¡Vaya jueguito!
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El pasado 22 de septiembre completé la tercera: Buenos Aires, Argentina. Mientras la corría, pensaba: el siguiente año me tomaré un descanso. ¡Suficiente!
Y ahora -dos semanas después- estoy pensando en el siguiente destino. Tengo varios nombres en mente, pero ‘step by step’. Primero tomemos vino (mucho vino) y disfrutemos de la medalla…
También, del deber cumplido y, en esta ocasión, de esa maravillosa sensación de ligereza. Y es que la mayoría de nosotros no corremos por un tema estético, lo hacemos por salud mental.
Cruzar la meta con dolor de vientre por la jodida regla y con las dos rodillas inflamadas me significó dejar atrás recuerdos que pesaban demasiado; ya no podía con ellos.
Una amiga me preguntó: “¿Cómo te sientes?”.
Ahora estoy bien. Mi alma regresó al cuerpo y, aunque con más curitas (banditas) que antes, el corazón late y late fuerte.
Me incliné por la maratón de Buenos Aires -luego de perder cupo en la de Medellín- porque es una de las más rápidas; yo buscaba hacer marca para Boston pero demoré más de lo planificado.
En realidad sabía cómo terminaría. Correr me desahoga, pero con tanta carga emocional cada entrenamiento fue un verdadero suplicio.
Corrí con exceso de peso y muchas malas noches. No, no logré la marca.
Pero vamos, hay camino para recorrer y mejorar. Y sí: serán 10 maratones. Porque las promesas me las cumplo.
¿Qué hacen ustedes para evitar enloquecer?
Los leo en pgavilanes@elcomercio.com