En noviembre Estados Unidos afronta la elección presidencial. Una campaña atravesada por la contracción económica, el desempleo y la pandemia, vuelve a debatir sobre racismo.
Parece mentira. Como si a ese gran país no le hubiese bastado una sangrienta y devastadora Guerra Civil en el siglo XIX.
La guerra de secesión duró casi cuatro años y dejó casi un millón de muertos en los campos de batalla y víctimas civiles en ambos bandos, que dejaron a todos vencidos por la tragedia. La esclavitud terminó pero la discriminación racial, a más de siglo y medio de la dura confrontación, no ha terminado y asoma, despiadada y feroz .
Las luchas por la igualdad de los derechos civiles han sido largas y tienen mártires. Quizá el más emblemático de todos ellos es Martin Luther King jr.
Ya es más de medio siglo de su muerte y los brotes de racismo continúan en Estados Unidos. Un país, una gran nación que proclama la libertad y la democracia muestra la triste cara de vergüenza de esa úlcera viva.
El símbolo más reciente del abuso, policial con tintes nítidamente racistas, fue la muerte por asfixia de George Floyd. Grandes manifestaciones de protesta por el racismo y una luz que no se apaga en Portland.
Pero a ello se han sumado otros episodios- ahora transmitidos por las redes sociales-, y la gente ha visto con horror abatir a tiros a presuntos infractores. Esa idea de la desproporción en el uso de la fuerza todavía no la sabe aquilatar la sociedad de ese país y sigue usándose y abusando de ella con brutalidad.
La pandemia y las sensibilidades que van aflorando en estos tiempos sin duda se trasladan a las duras polémicas de la campaña electoral de Estados Unidos.
Ya se empezó a votar por correo, en noviembre se debe decidir el futuro. Podría ser que la reelección de Trump, a quien la bonanza económica no le alcanzó para atenuar los impactos de la pandemia ni la arrogancia parece bastar para ganar al binomio demócrata que parece tener más opciones… ya se verá.