Rusia está en las grandes ligas. Su líder reclamó con puño fuerte un mundo multipolar y lo va reafirmando. 20 años atrás Boris Yeltsin, quien había acabado con el poder soviético, lo nombró primer ministro un 9 de agosto. En diciembre de ese año ya era Presidente.
El antiguo jefe de la KGB –la temible agencia de espionaje de la Unión Soviética– ya se cuelga una medalla: es el mandatario con más tiempo en el cargo desde José Stalin.
La Rusia de los zares pasó al poder del Partido Comunista que basó su revolución en construir un supuesto modelo de la clase proletaria, trabajadores del campo y los bolcheviques. De Lenin a Stalin ha corrido agua bajo el puente hasta llegar a Putin.
En la Guerra Fría, la URSS jugaba su partida de ajedrez con Estados Unidos. Stalin tuvo su propio pulso con Mao Tse Tung. La URSS consideraba aliada a China, pero buscaba que esté bajo su égida, eso nunca sucedió. Mientras el pulso de la URSS con Estados Unidos sobre el tablero de Europa, China crecía silenciosa. Al caer el Muro de Berlín y con la Perestroika, Mijaíl Gorbachov precipitó el fin del comunismo.
Putin vio crecer la alianza de Estados Unidos con la Unión Europea y puso el grito en el cielo. Lo que se consideraba como un paso de Rusia hacia el capitalismo jamás lo fue, porque construyó su propio modelo con ‘nuevos’ actores” –dirigentes comunistas– que ahora son grandes empresarios. Ensayó un simulacro de alternabilidad con Dimitri Medvédev, pero siguió manejando el poder.
Su disputa con Europa hizo crisis y la toma de Crimea, manu militari, fue un desafío. Putin juega un papel fundamental en la geopolítica de Oriente Próximo con Turquía y su alianza con el dictador sirio. Con Venezuela tiene una alianza por petróleo y junto con China sostienen al dictador Maduro.
Putin impide que los opositores ganen espacio y el apelativo del nuevo Zar que le dan analistas y que hasta es título de un libro, desnudan su autoritarismo. Rusia tiene su propio modelo y un único caudillo.