La historia de esta pandemia planetaria tendrá un relato que la marcará. La globalización del miedo, la contracción económica y la pobreza.
En los primeros días la gente pasó de la incredulidad al confinamiento. Muchos se quejaban por tener que pasar un par de semanas encerrados y lo creían exagerado.
Pero del escepticismo al miedo hubo apenas unos pasos y la carga de demanda sanitaria desbordó allá como hoy por acá, los bien preparados servicios de salud de Italia y España, primero y eso que son países que cuentan con presupuestos mejores que muchos de sus vecinos. La parca también hace presa de médicos y salubristas por doquier.
Europa discutió con vehemencia sobre los subsidios, ayudas o empréstitos para salvarse de la debacle económica y social a inicios de semana. La displicencia de algún país nórdico era callada con la muerte.
En este continente de la perezosa reacción de López Obrador, se ha pasado a la alarma con los casos de covid contabilizados en ese México, lindo y querido, ahora azotado por la pandemia y la violencia.
Lo de Estados Unidos es inaudito. Desde la minimización del coronavirus hasta las recetas caseras o contraindicadas de Donald Trump, los muertos son miles y los desempleados, decenas de millones.
California que abrió playas con liberalidad desenfadada ha vuelto a cerrarlas. La Florida llena sus camas y las UCI.
El Brasil de Bolsonaro es víctima de la arrogancia populista del Presidente, a quien ni el contagio le convenció del alto riesgo.
España abre playas y Cataluña ha debido cerrar bares. La pandemia sigue su acecho y la gente se relaja pero al perder el miedo puede ganar espacio el letal virus. Si el contagio mató sin piedad, la pobreza matará a largo plazo. El dilema no tiene solución alguna.
Ni los más precavidos se salvaron de rebrotes. La única vacuna es una economía sólida con fondos ahorrados y ojalá menos populismo pandémico y letal con gente más responsable y seria al frente de los gobiernos, o…