La cultura democrática, el derecho a disentir, el derecho a oponerse por medios legales, unas lecciones que nunca estuvieron en los manuales de historia de Rusia, que pasó del poder de los zares al poder del Partido Comunista.
Una vez que se rompió la cortina de hierro, con la Perestroika y la Glasnost que promovió el último líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, Mijail Gorbáchov, buena parte del mundo, rusos incluidos, anhelaban una democracia.
Fue otra utopía. La disolución de la URSS dio paso a algunas repúblicas independientes que habían sido soldadas a sangre y fuego por el poder del Pcuss( Partido Comunista) o viven en simbiosis, pequeños parásitos del nuevo poder que se construyó a la sombra de Vladimir Putin.
Nació con la caída de la URSS, el libre mercado. Pero no fue tan libre ya que los operadores del aparato del Pcuss, se convirtieron en los poderosos propietarios de gigantes empresas e industrias. Nuevos ricos.
Y nacieron las mafias que sustituyeron a los aparatos de inteligencia y surgió de las entrañas del ‘ancien regime’ un líder poderoso que sabía todos los entresijos del poder por haber estado al frente de la KGB, la fuerza de inteligencia del poder soviético.
Llegó para quedarse, hizo elecciones que tuvieron mas de simulacro y no hay quien mueva a Putin del poder que controla con bota militar. Se instala en la geopolítica planetaria ante la atomización del antiguo equilibrio del terror de la Guerra Fría. En el tablero del G 7, Estados Unidos, China Popular y la Unión Europea, sus debilidades son la clave.
Ahora Oleg Navalny está preso, fue candidato opositor. Es el nuevo Solzhenitsyn, sin ser desterrado al Gulag. Antes fue envenenado en septiembre. Las protestas por su libertad no cesan y sus familiares y partidarios se encuentran bajo arresto domiciliario o han sido reprimidos en las calles. Hablan de 2 000 detenidos. Rusia calla, trata de ocultar. El Kremlin vive en el nuevo sistema y sus viejas perversiones y prácticas acumulan injusticias.