La muerte del tratado de desarme nuclear entre Rusia y Estados Unidos pone fin a 32 años de convivencia donde las tensiones bajaron.
La evocación de la Guerra Fría y de una etapa dura de una paz armada entre las grandes potencias al calor de las distintas visiones geopolíticas es inevitable.
La intención de no desarrollar armas de largo alcance y los debates militares y políticos al respecto confirieron al planeta una seguridad que generó una mejor coexistencia sin abandonar entonces la desconfianza.
Cuando la Caída del Muro de Berlín y la Perestroika dinamitó la Unión Soviética se abandonaron los fantasmas del mundo bipolar al tiempo que silenciosamente crecía otra potencia y que hoy es indudable protagonista planetaria: la República Popular China.
Pero el nuevo juego en tablero atendía a la globalización, la interdependencia económica industrial, financiera y la sociedad del conocimiento. La semana, llena de cambios inquietantes trajo entre otros el fin del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio.
Estados Unidos dice que Rusia incumplió al construir el misil crucero Novator con más de 500 km de alcance. Rusia replica diciendo que EE.UU. instaló en Polonia y Rumanía lanzaderas verticales para misiles Tomahawk.
Como quiera que sea el asunto nuclear es una amenaza planetaria. Las relaciones entre EE.UU. y Corea del Norte han pasado por momentos de tensiones que parecían insalvables y otros espacios de perfil más llevadero.
En el Golfo Pérsico las recientes escaramuzas con barcos petroleros rompen los acuerdos y en una zona particularmente importante para la dotación de crudo para todo el mundo. Rusia y Estados Unidos subidos de nuevo al ring de la diplomacia de los micrófonos no son una buena noticia.
Mientras en las calles de Moscú los manifestantes piden elecciones verdaderamente libres, en EE.UU. se ha dado muestra de no saber qué hacer con su voto. Los ciudadanos del mundo pagamos las consecuencias de un equilibrio que muchas veces ha sido de terror.