La muerte selectiva del General Qasem Soleimani es el más reciente episodio de una larga historia de tensiones. La formación del Gobierno de Irán apenas se logró cuajar en forma primaria, a raíz del hallazgo de petróleo.
La pretendida nacionalización del ‘oro negro’ entronizó al Sha de Persia. Mohamed Reza Pehlevi fue aliado de Occidente, apoyado por Estados Unidos y con buenas relaciones con varios gobiernos europeos.
El libro del famoso periodista polaco Ryzard Kapuscinski, El Sha o la desmesura del poder, pinta esa monarquía patética soportada por su alianza geoestratégica y una policía represiva y cruel.
En 1979 triunfó la Revolución Islámica. Volvió de su exilio en París el Ayatola Ruhollah Jomeini y la teocracia se impuso con mano dura. Desde entonces la influencia en otros países del mundo islámico es gigante.
Ese año, estudiantes se tomaron la embajada de EE.UU. en Teherán. En 1980 Irán tuvo una larga guerra con Iraq. Washington apoyó a Sadam Hussein, a quien luego ejecutó tras una invasión con pretextos falsos.
La antigua Persia mantiene un foco de tensión y poder en la región. Irán es enemigo de Israel, un presidente anterior, Mahmud Ahmadinejad dijo que había que borrarlo del mapa. El actual Presidente y Ayatola, Alí Jomenei inició conversaciones con Barack Obama, que parecían saludables para evitar que la fisión nuclear iraní desemboque en armas peligrosas y no solo con fines energéticos o médicos.
Pero todo se frustró. Volvió la tensión. Soleimani, con gran prestigio, considerado el número dos de Irán, incidió para formar al grupo terrorista Hezbolá, que agrede a Israel; apoyó a Siria contra los rebeles. Otras fuentes le señalan como inspirador de los ataques terroristas contra objetivos de Israel en Buenos Aires. Hasta su asesinato el viernes operaba en Iraq.
La deriva del ataque que el presidente Trump dispuso es impredecible. Con el juramento de venganza la incertidumbre es, irónicamente, la única certeza.