Los extremos en disputa. Brasil eligió en segunda vuelta entre la extrema derecha y la extrema corrupción. Ganó la extrema derecha. En semejante encrucijada se podría decir que perdía el Brasil, de todos modos.
Jair Bolsonaro le sacó más de 10 millones de votos a Fernando Haddad. El Partido de los Trabajadores y su candidato lanzado sobre la jugada cuando fue descalificado Lula, que está condenado a 12 años de prisión por corrupto, pagaron una alta factura.
Es complejo imaginar el futuro en las manos de un extremo derechista, ex capitán del Ejército y que fue promocionado como un outsider pese a haber permanecido en un espacio sombrío en una curul parlamentaria donde solo brilló por sus exabruptos.
Radical, homofóbico, sin muestras de capacidad de diálogo y conciliación fue elegido por la mayoría, acaso desorientada por la montaña de casos de corrupción que agobiaron a Brasil en los tres períodos de mandato del Partido de los Trabajadores.
Luis Inácio Lula da Silva empezó bien y logró cifras admirables en su lucha contra la extrema pobreza. El sentido social de su vocación forjada en la tarea sindical le hacía proyectarse a tal punto de considerarlo un líder continental. Fue reelegido y empezaron los problemas, los escándalos del ‘mensalao’ y los pagos por debajo de la mesa hicieron mella pero no destronaron al PT. Luego de Lula ganó su ministra, Dilma Rousseff, pero el caso ‘lavajato’: las coimas millonarias de las grandes empresas constructoras la llevaron a un proceso de ‘impeachment’ que la defenestró. El PT se opacó y en el poder quedó el Presidente Temer salpicado de denuncias.
Con el péndulo llegó Bolsonaro, su campaña atípica le puso en segunda vuelta y el domingo pasado ganó con contundencia.
La declaración del Gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel puede ser una premonición de tiempos difíciles: ‘Lo correcto es matar a los delincuentes que estén armados’.
Río, hermosa y violenta, puede ser el termómetro que refleje la fiebre que aqueja a Brasil.