Rusia fue a las urnas el 2 de julio para cambiar en la Constitución la ‘formalidad’ de la reelección presidencial. Putin y el aparato ganaron.
Los datos oficiales dicen que el 77,92% de los rusos votaron por cambiar la norma.
La oposición denunció la falta de transparencia en las elecciones. Lo mismo sucedió con algunos países de Occidente.
Al nuevo Zar y su Gobierno le da lo mismo lo que se piense fuera de sus fronteras. Es cuestión de soberanía.
La Agencia estatal Sputnik – de sugestivo e histórico nombre – publica en su página web que el Kremlin no considera importantes las preocupaciones de algunos países occidentales sobre la votación.
El portavoz de la Presidencia , Dmitri Peskov dice ‘ no estamos dispuestos a tomarlos en cuenta’. Tal cual. Se nota.
Putin cumple 20 años en el poder. Solamente durante un breve período compartió el cargo con Dmitri Medédev entre los años 2008 y 2012. Pero Putin fue en ese período Primer Ministro con super poder.
Ahora podrá volver a reelegirse en una interpretación política parecida a la que hemos escuchado en nuestros pagos sobre la novedad de un cambio constitucional.
Dicen los interesados que es como empezar de nuevo. Cuenta en cero y no se toma en cuenta el pasado. Una estratagema hábil y populista para perpetuarse en el poder.
Vladimir Putin fue jefe de la KGB, la extremadamente influyente agencia de inteligencia en el Gobierno del Partido Comunista de la Unión Soviética ( PCUS).
Rusia jamás tuvo tradición democrática como conocemos en el mundo occidental, pasó de varios siglos de zares y zarinas en 20 reinados a sangre y fuego a la revolución, los sóviets, y los duros gobierno de Lenin y Stalin.
Vale leer la historia de los zares en el estupendo libro, ‘ Los Romanov, 1613 – 1918’, de Simon Segab Montefiore, para comprender el carácter del zarismo impregnado acaso en el líder ruso del Siglo XXI. Una marca del pulso tripolar planetario: URSS, China y EE.UU.