Brasil, el gigante sudamericano, llega a elecciones el próximo domingo en un momento de inflexión entre el descrédito de la clase política, que sucumbió por la corrupción, y dos fuerzas antagónicas en franca disputa.
La extrema derecha y la izquierda del Partido de los Trabajadores llevan un pulso de interés. Encabeza las encuestas el legislador derechista de larga trayectoria Jair Bolsonaro, del Partido Progresista, con un 30%, le sigue con un crecimiento notable el candidato Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, con 22%, su candidatura surgió tras la confirmación del impedimento de participación de Lula. Son los más fuertes de más de una docena de aspirantes presidenciales.
La candidatura de Bolsonaro está matizada por su polémica personalidad y el atentado criminal que le propinó una herida. La candidatura de Haddad irrumpe como opción del PT luego de confirmarse por las instancias judiciales y la autoridad electoral que Luis Inácio Lula da Silva no podía ser candidato. Lula encabezaba las encuestas pese a su condena por corrupción.
El centro, donde está la mayoría de votantes, va dividido y compromete su posible triunfo entre posturas extremas.
En Brasil están habilitados para votar 147 millones de personas hay 27 000 candidatos a las distintas dignidades.
Brasil es una potencia continental pero a la vez de grandes inequidades. Una parte importante de los votos proviene de los cinturones de miseria y de fabelas entretejidas en los cerros de las grandes ciudades, cerca de centro financieros, como ocurre en Río, a pocas cuadras de algunas de las playas más famosas del mundo.
Brasil vio destituir en un proceso político a la presidenta Dilma Rousseff, por denuncias de corrupción, como hace dos décadas ocurrió con el empresario Fernando Collor de Melo; tiene a un ex presidente en la cárcel que goza de gran popularidad y a un presidente señalado por cuestionamientos relativos a la corrupción. Estas elecciones ponen a prueba una vez más la institucionalidad del país.