Esta pesadilla ya dura más de una noche. A los conflictos políticos y las mareas humanas desplazadas, a las brechas entre ricos y pobres se ha unido el castigo del coronavirus.
Los intérpretes de los astros y la cartomancia dirían que se trata de un hechizo; otros, que es un castigo divino por nuestro mal andar. Y mal ser.
El mundo jamás ha acopiado tantos avances en materia científica. Las autopistas de la información están saturadas de millones de fragmentos de conocimiento. Acaso un conocimiento inconexo, que no alcanzamos a asimilar y peor a acopiar e interpretar.
Las potencias crujen aun sin Guerra Fría.
Donald Trump no termina de entender que el covid- 19 existe y no es un cuento chino. Ji Xinping superó los pecados originales de Wuhan con paciencia oriental y su economía crecerá a costa del resto del planeta.
Putin sigue buscando interferir en la poco cautelosa y desprevenida política interna de Estados Unidos y acaso detonando conflictos entre facciones domésticas.
Los republicanos no saben como contener el poder, tienen un líder que se les salió de las manos, porque nunca fue un conservador a modo. Un caudillo que puede perder la reelección. O puede ganarla en el reparto de los votos electorales perdiendo el voto popular, que parece favorecer a Joe Biden, quien si gana deberá gobernar más allá de su cumpleaños 80.
Boris Johnson quiso aislar a Reino Unido y vaya que lo logró, más allá del Brexit. Ahora se apresta a un nuevo confinamiento desesperado por el virus. Un mal que ataca a la atemperada y previsora Alemania y fuerza encierros.
Francia estalla de rabia por los ataques terroristas que degüellan el sentimiento de libertad, tanto como el encierro obligado, que muy pocos deploran, como sí lo hicieron con las brutales matanzas racistas en América. Mientras en España los populistas chavistas aliados de pro etarras y secesionistas pueden más que la sensatez democrática. La sabiduría va perdiendo batallas ante un cóctel de virus.