La inmensa ‘soledad universal’ del Papa en Roma
Cuando todo pase, que pasará, entre las miles de imágenes que dejarán honda huella de la muerte y el dolor de la pandemia una será de Roma.
Fue conmovedor. Ver al anciano Santo Padre partir plaza - solo - próximo al gran redondel de San Pedro bajo la lluvia será uno de los recuerdos más simbólicos de la hora.
La tarde mostraba un cielo celeste pero a la vez encapotado, mientras el ocaso caía sobre Roma; la sola luz de la palabra del papa Francisco llenaba todos los silencios.
La Plaza de San Pedro, levantada en los albores del Renacimiento, tiene una distancia de más de 300 metros hasta la propia entrada de la basílica.
El imponente escenario está rodeado de un colonato con varias decenas de pilastras y estatuas, son cerca de 300 columnas clásicas, y en el medio, un obelisco egipcio.
Toda un mensaje del sincretismo de la historia del planeta y las conquistas, cumbres y abismos de Occidente.
La llovizna acompañó al Pontífice en su lento andar para llegar al medio y hablar en la homilía de la tempestad.
Una analogía entre la incertidumbre y el miedo que vive la gente de todo el mundo este momento. El mensaje fue un llamado a la fe, a revelar la máscara de los egos y de las humanas certezas que en días como estos pueden tambalear ante las trompetas que tocan a muerte. Fue una renovación de la fe, de aquel hombre agobiado por la tragedia humana pero convencido de que hay un más allá.
La oración y bendición Urbi et orbi ( a la ciudad de Roma y al mundo) habrá sido, seguramente, una de las más seguidas de la historia.
El Papa, tan solo, y a la vez, tan escuchado.
Un día antes de la oración universal vi la película Dos papas. Dos hombres distintos. Un teólogo y un pastor. Un alemán y un argentino. Dos seres llenos de remordimientos, temores y angustias. Llevaron y llevan la barca de la Iglesia en medio de la tormenta de pecados y terribles miserias. Más de 2 000 años después de Cristo, 1 200 millones rezaron con Francisco desde su inmensa soledad en San Pedro.