Cuando el fantasma del coronavirus sigue cabalgando por las praderas planetarias blandiendo su espada de muerte, otros espectros cunden.
Varios conglomerados dejaron al descubierto su impotencia e inoperancia.
La comunidad científica mundial lucha por descubrir y desarrollar vacunas.
Todos los ensayos parecen acercarse más a clavos ardientes de esperanza, una de fe religiosa y pocas certezas a la vista.
Que si las universidades prestigiosas de Reino Unido, Israel y Estados Unidos. Que si Putin tiene la cura. Que los propios chinos desarrollan, prueban, aciertan o, ….
Al sur del río bravo dibujan promesas el peronista Fernández y el populista AMLO.
Todo está por verse. Médicos salubristas y académicos serios de aquellos que consultamos en este tiempo de pandemia dicen que ojalá, pero que nada es seguro todavía al 100%, hay que hacer pruebas y esperar.
La paciencia se ahoga frente a la falta de UCI y a los contagiados de covid que van cayendo en la batalla, que es como la III Guerra Mundial con un enemigo microscópico y que sabe mutar, acechar y atacar.
Pero mientras todo esto ocurre, o los rebrotes van a peor en ciertos sitios, dos pandemias asolan. El desempleo y la recesión.
Millones pierden su trabajo, la economía se contrae, la sicología arruga el alma.
El miedo causa más victimas que la propia pandemia y la pobreza, más menesterosos.
Los líderes europeos debatieron si los millonarios recursos deben ser donación, ayuda o empréstitos. Los seguros de desempleo en el primer mundo ayudan como paliativo o placebo ante estas otras pandemias que no cesan.
En África el hambre sigue siendo la pandemia principal. El resto del mundo no mira para que la conciencia no cargue con su triste peso.
América Latina era el continente de la esperanza. Los países ricos de aquí, ya lo son menos. Los pobres, serán más pobres. Salir adelante se ve como un horizonte lejano. Pero sin solidaridad y conceptos de equidad, esta III Guerra Mundial la perderemos todos.