Por qué es tan difícil convivir con normas
Tenemos teléfonos inteligentes, pero no respetamos las filas en el transporte público. Nuestros ‘smartphones’ tienen varias aplicaciones para pedir taxi o comida a domicilio así como para comprar boletos para el cine, pero no respetamos las señales de Pare, Ceda el Paso, el paso cebra o la luz roja (la amarilla ni se diga) del semáforo.
Estamos hiperconectados las 24 horas del día y los siete días de la semana, pero no cedemos los asientos a las mujeres, ni a los niños, ni a los abuelos.
Hablamos cada vez más sobre inteligencia artificial y del big data en nuestros trabajos, o utilizamos sistemas biométricos para hacer transacciones bancarias, pero apenas tenemos el cuidado de que nuestros hijos se abrochen el cinturón de seguridad al salir de casa en el auto.
Participamos activamente en redes sociales, donde criticamos, compartimos memes y hablamos de lo que nos apasiona y de lo que no nos gusta. Pero si existe la mínima oportunidad nos adelantamos en las filas del banco o del estadio.
Lo sé. No todos incumplimos las normas básicas de respeto y convivencia. Es más, conozco a mucha gente que habla del tema con sus familias, amistades y colegas.
Pero parece que esas buenas intenciones no bastan, no son suficientes. Solo hay que mirar en la calle para ver cómo se arroja basura desde la ventana del auto de adelante o cómo de un bocinazo la gente quiere llegar primero que los demás, sin importar el mal ejemplo que dan con su agresividad.
El punto es que podemos estar rodeados de la última tecnología, pero si no nos educamos y no educamos a quienes vienen detrás de nosotros de nada servirán los nuevos desarrollos, las aplicaciones o la inteligencia artificial.
Hablamos cada día más de ciudades inteligentes, pero siento que para llegar a esa meta aún hay largo camino y ese recorrido empieza por cada persona. Hagamos el intento de cumplir las normas. Empecemos por casa, por el barrio, por la familia.