Suena utópico. Vivir sin redes sociales en los finales de la segunda década del siglo XXI resulta extraño, quizás disparatado.
Es difícil cuantificar, pero para algunos las redes son sus herramientas de trabajo. Por ejemplo, en Ecuador decenas de miles de pequeños emprendedores utilizan estos espacios como sus vitrinas o como un canal de comunicación 24/7 con sus clientes. Las empresas grandes también las aprovechan para posicionar sus marcas y para mantenerse en la mente de los consumidores.
Otros usuarios las emplean como una herramienta de trabajo o mejor dicho de teletrabajo, esa nueva y eficiente manera de ser productivo sin importar la ubicación o la distancia con otras personas.
Pero también están los que las usan para la distracción, el ocio y el entretenimiento, que no está mal por cierto.
Sin embargo esa nueva forma de trabajar o de relacionarse se vio alterada el pasado miércoles, cuando tres de las redes sociales más grandes del planeta sufrieron una caída a escala global. Enviar archivos como fotografías, videos o audios, por ejemplo, fue imposible durante al menos seis o siete horas.
Hacer una transmisión en vivo tampoco fue posible durante algunas horas.
Si se suman los usuarios de las tres redes sociales que malfuncionaron en esta semana nos encontramos con unas 2 700 millones de personas, esto significa cerca del 37% de la actual población mundial. Es decir que casi 4 de cada 10 habitantes del planeta estuvieron ‘desconectados’ por el apagón mundial, el más grande que sufren estos medios.
Tal como antes podíamos quejarnos por un corte de luz o por la falta de agua, ahora las prioridades de las personas se enfocan en el mundo digital, se centran en un bien intangible, pero cada vez más valorado como lo es el Internet y los datos que por allí circulan.
Aún así, pese a los inconvenientes que se sintieron y vivieron los nuevos modelos de comunicación, vivir sin redes sociales sí es posible… todavía.