Pasaporte covid, el nuevo dilema ético de la pandemia

La exhibición de la inmunidad.Un hombre de la India muestra el certificado de vacunación, un documento que podría volverse necesario para cualquier actividad.

La exhibición de la inmunidad.Un hombre de la India muestra el certificado de vacunación, un documento que podría volverse necesario para cualquier actividad.

La exhibición de la inmunidad.Un hombre de la India muestra el certificado de vacunación, un documento que podría volverse necesario para cualquier actividad. Foto: EFE

En la película ‘Inferno’ se plantea una disyuntiva: “Hay un interruptor. Si lo prendes, la mitad de la población morirá. Pero si no lo haces, la humanidad se extinguirá en 100 años. Usted, ¿qué haría?”.

El filme está basado en la novela de conspiraciones del exitoso escritor Dan Brown. Creíble o no –de valor estético o no- el argumento nos presenta un perfecto dilema ético de enormes proporciones: hay que elegir entre dos males.

Desde que comenzó la pandemia, los problemas de la ética se nos aparecieron de lleno. Y la toma de decisiones ante la encrucijada mayormente deja una impronta dolorosa.

El primero de ellos fue extremo para los equipos sanitarios: ¿a quién darle respiradores y atención en las unidades de cuidados intensivos? ¿A los jóvenes, que tendrían una esperanza de vida mayor al terminar la pandemia? ¿O a los mayores, los más afectados, entre los que hay un mayor índice de mortalidad y cuya esperanza de vida no se prolongaría demasiado incluso en tiempos de la “vieja normalidad”?

Este, a la vez, desencadenaba otro dilema: ¿economía o salud pública? Unos creían que la salud era lo más importante y que la economía se recuperará inevitablemente cuando se controle la pandemia. Para otros, en cambio, confinar devastaría la economía, generaría más muertes y pondría en peligro el futuro humano.

El debate llegó a exageraciones: el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, alentó a los ancianos para que se sacrificaran, que pusieran en juego sus vidas para “mantener la América que queremos para nuestros hijos y nuestros nietos”.

Si bien Patrick es republicano, nada tiene que ver con la ideología. Condenar los confinamientos fue algo común en el ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro o en el muy progresista mexicano Andrés Manuel López Obrador.

El resultado es que en ambos países el proceso de inoculación ha sido deplorable pese a tener las mayores economías de América Latina. Brasil solo ha vacunado a 4,36 y México a 2,04 de cada 100 personas. Chile, cuestionado por las inequidades de su sistema neoliberal, en cambio, ha vacunado a 20,72%. Ahora es el quinto país en el escalafón mundial de inmunización colectiva.

Un nuevo dilema ético se nos presenta en estos días bajo la forma del pasaporte covid o ‘verde’ para aquellos que han sido vacunados o para los que ya han sido dados de alta tras contagiarse del virus. Y el objetivo es claro: garantizar una reactivación económica ‘biosegura’ y que resuciten sectores que han sido prohibidos para evitar los contagios, como los espectáculos públicos o el turismo. Pero también -y sobre todo- volver a la vida de los afectos, que ha sido vulnerada por la pandemia.

Es algo que ya comenzó a aplicarse en Israel; la UE lo está discutiendo. Chile fue uno de los primeros países en la región que tocó el tema hace varios meses, incluso antes de la vacunación, pero las críticas fueron feroces.

Esto implicaría una división extrema entre el mundo de los vacunados y de los no vacunados. Las brechas y desigualdades serán aún más notorias de lo que han sido con la pandemia en el 2020, cuando las economías del mundo solo mostraron signos negativos, salvo China, el único país que terminó con un crecimiento del 2%. El que solo los vacunados puedan ir al cine, a la danza o al trabajo con libertad dejará a otros encerrados en la crisis.

El tema es algo que ha preocupado a quienes se ocupan de la bioética. Nicole Hassoun y Anders Herlitz, expertos en la ética de la salud pública, publicaron en la revista Scientific American que “el pasaporte inmunitario es una promesa para volver a una vida social y económica más normal”, pero que “es obvio que no son éticos”.

La vacunación se ha convertido también en un asunto de privilegios. Los escándalos han proliferado porque los del poder, sus aliados, los famosos, han recibido las dosis antes que las personas de la primera línea. Y no es solamente un fenómeno que ocurre en América Latina, valga aclarar.

El profesor de filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Stéphane Vinolo, dice que entiende tanto a los que defienden el pasaporte como a los que lo rechazan. Pero encuentra que en él se presentan dos dificultades.

La primera es política: “Es el colmo que un Estado exija a la gente vacunarse cuando no es capaz de hacerlo”, como Francia, que se ufanaba de tener uno de los mejores sistemas de salud del mundo, y donde apenas el 7,6% ha recibido al menos una de las dos dosis.

La segunda es ética. Desde antes, algunos viajes se permiten solo si se ha vacunado contra otras enfermedades. Ese carné se muestra a representantes del Estado. En el caso del covid, hacerlo ante el dueño de restaurante o del cine, dice Vinolo, “es una violación del secreto médico. Acepto que el representante del Estado pueda ver mi vacunación, pero en ningún caso en una tienda de un centro comercial”.

Sin embargo, hay otro aspecto que podría impulsar un siguiente debate. Las leyes, al menos en teoría, se elaboran para defender a los más débiles. ¿Esta norma del pasaporte covid sería, en cambio, una defensa de los más fuertes? Los dilemas éticos acá parecen no tener fin.

Suplementos digitales