La pandemia amplificó el cansancio de la sociedad

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La pandemia también nos interpela a pensar sobre las cosas sobre las cuales vale la pena estar cansados. Foto: EFE

Los humanos estamos cansados. De una u otra manera, la pandemia ha cambiado nuestras rutinas diarias. Somos seres cuya existencia se basa, de cierta manera, en los hábitos. Y en un año de intensas transformaciones personales, económicas, sociales, emocionales, todo esto nos pasa factura de manera integral.

A mediados del siglo pasado, el psicólogo cognitivo George Miller establecía que nuestra capacidad de aprender nuevos hábitos es limitada. El cerebro, un órgano que pesa aproximadamente 1,5 kilos, consume el 20% de la energía corporal. Es por eso que aprender nuevas rutinas (como lavarse las manos cada vez que están en contacto con objetos extraños) y resolver problemas inesperados (como enfrentarse diariamente a la incertidumbre de estar o no contagiado del covid-19) es un desafío que nos ha llevado al agotamiento.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha alertado sobre este estado. La llamada ‘fatiga pandémica’ se trata de un estado de cansancio que se deriva de la nueva normalidad a la cual estamos en proceso de adaptación. El confinamiento, la falta de dinero, el miedo al contagio o la pérdida constante de conocidos y seres queridos a causa del coronavirus nos ha llevado a un estado de agotamiento vital.

“La fatiga pandémica está afectada por diversas emociones, experiencias y percepciones, así como por el contexto social, cultural, estructural y legislativo. Aunque se trata de una reacción individual, los estados reconocen su responsabilidad en el abordaje de los factores que conducen a la fatiga pandémica”, señala un documento del Gobierno español en el cual se adaptan las medidas de la OMS para apoyar a quienes atraviesan este estado.

Anticipado a este tiempo, hace unos años el filósofo surcoreano Byung-Chul Han lanzó el libro ‘La sociedad del cansancio’. Aquí presentó al que llamó ‘Prometeo cansado’: una persona que se devora a sí misma en su afán de ganar mayor exposición y relevancia a costa de su autoexplotación.

En este proceso, el humano es el artífice de sus propias enfermedades mentales. Así, las guerras, como lo fueran en el pasado, ya no son en contra de los otros, sino contra uno mismo. Así, nos enfrentamos constantemente a nuestra capacidad de reponernos mental y físicamente en una espiral de autoexplotación que se disfraza como rendimiento.

De cierta manera, la pandemia ha resaltado esta dimensión del humano que Hannah Arendt ha identificado como el ‘animal laborans’. Ya antes del aparecimiento del nuevo coronavirus se había asumido que el adulto es un ser cuya existencia gira en torno al trabajo; un sujeto que abandona la posibilidad de existir junto a los otros para funcionar según parámetros individualistas para sacar el mayor provecho de su actividad laboral.

La pandemia solo ha sacado a flote realidades de un ser humano que está llegando a un agotamiento extremo. Ahora es más recurrente ver los conflictos laborales que nacen de una excesiva necesidad de trabajar. Para simple muestra está la última polémica de Amazon, cuyos directivos reconocieron que sus empleados orinan en botellas de plástico debido a la intensa carga laboral.

Para el filósofo surcoreano, escenarios como el de Amazon ejemplifican que el ser humano se ha convertido en una “máquina de rendimiento autista”, que no mira el mundo en todo su esplendor, negándose a sí mismo la necesidad de bajar las revoluciones para descansar de esta hiperestimulación.

Pero en medio de esta crisis del cansancio, el filósofo Slavoj Zizek encuentra una arista que no se puede descartar en este intenso proceso laboral. “Sí, hay un trabajo arduo y exhaustivo para muchos que lidian con sus efectos, pero es un trabajo significativo para el beneficio de la comunidad, que trae su propia satisfacción, no el estúpido esfuerzo por tener éxito”, escribe sobre aquellos que están en la primera línea de batalla contra el covid-19, con turnos extenuantes en hospitales.

Así, pues, la pandemia también nos interpela a pensar sobre las cosas sobre las cuales vale la pena estar cansados. La enfermedad es una oportunidad para poner en la balanza el tipo de vida y de objetivos que son necesarios replantearse tras una época de cambios tan radicales como esta.

En última instancia, tanto los filósofos que han abordado este estado de cansancio o fatiga permanente, así como la OMS y otros organismos sanitarios que reconocen esta problemática, apuntan hacia un mismo horizonte: bajar el ritmo.

El filósofo surcoreano apuesta más por el no-hacer como un estado en el cual se deja de lado ese intenso ritmo de vida, aunque sea por unos instantes, con el fin de alcanzar esos momentos de libertad y de descanso.

Este es un proceso sumamente complejo en la actualidad, sobre todo cuando nos enfrentamos a crisis internas y externas como la enfermedad o la falta de trabajo. Sin embargo, incluso la literatura científica es clara en determinar que esos 30 minutos al día desconectados del trabajo, ejercitándose en casa o al aire libre, son indispensables para mejorar la calidad de vida.

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