Jimy Hendrix durante una presentación en 1968, en Estados Unidos. Cortesía : Linda McCartney
Londres poseía en 1966 los ingredientes de la psicodelia, como el LSD y las controversias de las estrellas de la música con la autoridad policial, pero sin la adrenalina que existía en Estados Unidos por la Guerra de Vietman y la lucha en contra del racismo. Un tímido pero tozudo estadounidense llamado Jimi Hendrix llegó a la capital británica, en septiembre de ese año, para subir el volumen del ambiente con su guitarra y cambiarlo todo.
Cincuenta años después de su muerte -ocurrida el 18 de septiembre de 1970, cuando tenía 27 años- Jimi Hendrix sigue en lo más alto del panteón del rock gracias a su legado artístico, sobre todo al relacionado con la guitarra eléctrica. El argentino Claudio Gabis, al analizar el valor de Hendrix, escribió que gracias a este músico la guitarra pasó del blanco y negro a una de colores.
Hendrix transformó a ese instrumento, que hasta entonces era utilizado como un mero aparato amplificado, en una máquina para crear música a través del uso de pedales y de una exploración íntima de la guitarra, posiciones (era zurdo pero prefería instrumentos de diestros), usos de la púa, del pulgar y efectos como el del fuzz, el wah wah y el chorus. No los inventó, pero buscando su sonido propio los usó de manera original y energética. Encontró muchos.
Cuando alguien escucha a guitarristas posteriores como Eddie Van Halen (Van Halen), Phil Collen (Def Leppard) o Kirk Hammett (Metallica), y luego escucha a Hendrix, le resulta inevitable exclamar: ¡ajá!
Su guitarra preferida era la Fender Stratocaster (tuvo la primera a los 16 años, una de segunda mano); pero se empeñó en dominar otros modelos. A todas las amaba, literalmente, aunque a veces las destruía en plena presentación. En el Monterey Pop Festival de 1967, Hendrix le prendió fuego a su guitarra en el final del evento.
Justamente ese vigor salvaje llevó a Hendrix a convertirse en un showman que conjugaba extravagancia, entrega y una dosis de atracción sexual, amalgama que jugaba a su favor para atraer al público, ávido de sus presentaciones. Si en la técnica le puso colores a la guitarra, en el escenario se convertía en un artista sideral, como lo llamó Jordi Bianciotto.
Sus virtudes también eran sus defectos, porque necesitaba espacio para sus investigaciones y sus creaciones, lo cual causaba que siempre quisiera controlarlo todo. En Estados Unidos lo echaron de todos los grupos o a veces él mismo se retiraba, como cuando tocó para The Isley Brothers, harto de hacer siempre lo mismo. Era genial… pero indomable.
El consumo de alcohol y drogas tampoco ayudaba. Su infancia no fue feliz, como hijo de un hogar en crisis, con padres en constantes peleas y borracheras, y también mudanzas de ciudades. Fue víctima de una violación a los nueve años, por parte de un militar no identificado, confesión que la hizo a una novia.
De adulto, Hendrix fue una persona amorosa y encantadora, aunque reservada. Borracho era un energúmeno y golpeaba a algunas de sus novias. A Carmen Borrero le rompió una ceja de un botellazo, por celos. En la era del #MeToo se hubiera metido en más problemas que Johnny Deep.
Mucho se ha escrito sobre sus primeros años, sus grupos y frustraciones hasta que la fortuna quiso que la novia de Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones, escuchara a Hendrix en Nueva York. Ella se lo recomendó a Chas Chanlder, bajista de The Animals que deseaba cambiar de trabajo y ser representante.
Siempre se subestimó el aporte de Chandler en esta historia, pues él supo que debía encontrar la fórmula para encauzar el derroche de música de Hendrix y venderlo. Así que inventó el trío The Jimi Hendrix Experience, con el guitarrista flanqueado por dos estupendos músicos, el bajista Noel Redding y el baterista Mitch Mitchell.
The Jimi Hendrix Experience debutó en 1967 y, tres discos después, estalló en 1968. No le importaba el enorme éxito con canciones como Hey Joe, Purple Haze y Red House. Hendrix prefirió armar él mismo sus grupos (en Woodstock se presentó como parte de los Gypsy Sun and Rainbows) y dar rienda suelta a su vanguardia, sin disciplina alguna.
También acentuó los excesos y murió a los 27 años, ahogado en su propio vómito tras una borrachera y barbitúricos. Y quien sacó provecho fue su padre, quien controló sus derechos y autorizó publicar póstumamente las toneladas de grabaciones de su hijo antes y después de la Experience.
El crítico Bob Stanley solo da valor superlativo a los discos con la Experience, pero rescata la figura de este artista que sacó a Londres del hedonismo y formó parte de la psicodelia de fines de los años 60.