Si Roma está rodeada de siete colinas, Seattle está construida sobre siete colinas. Aquí, con vista al golfo Puget, nacieron los helados Baskin Robins. Y también la cadena de cafés más famosa del mundo, Starbucks.
¡Ah! y Amazon, la tienda virtual sin competidor aún capaz de quitarle el reinado, tiene su lugar de nacimiento en Seattle, la ciudad donde la lluvia es eterna’ la creatividad y la belleza también.
Seattle es la metrópoli más septentrional del oeste de Estados Unidos y a vuelo de albatros que se posan en las proas de los barcos, se va acercado a sus 200 años de existencia.
Pasear por esta ciudad de casi 600 000 habitantes es un subir y bajar colinas, donde sobreviven leyendas en el imaginario y en el orgullo de sus habitantes.
Entre esas colinas está la casa del creador del grunge, Kurt Cobain. Es primavera y, por lo tanto, tiempo de flores que le ponen mucho color al que fue su hogar, hoy oculto entre los árboles y las azaleas.
Cobain no está allí, pero sí la leyenda que cada año lleva a miles de seguidores del rock con potencia desgarradora. Una sobredosis de heroína lo transportó a su Nirvana para siempre, pero los que lo adoran juran que de vez en cuando lo han escuchado cantar: “Estoy tan solo y está muy bien”.
Las noches de bohemia a ras de los puertos y los bulevares insisten en resucitar a Cobain a través de su música y de no dejar morir el abrasador sonido de la guitarra de Jimi Hendrix, otro de los grandes del blues, el rock y de Seattle.
Hendrix tiene un sitio de privilegio en el museo interactivo dedicado a la música popular estadounidense que también está entre esas colinas.
Seattle no es una ciudad que solo vive de sus muertos famosos, sino que también hace gala de sus leyendas vivas como Bill Gates y de compañías como la Boeing, con sede en la ciudad, que llevan su nombre a volar por todos los cielos del planeta.
Son la Boeing y Microsoft las que dan más empleo a sus habitantes, cuyos ingresos son superiores a la media del resto de estadounidenses. Legiones de jóvenes genios en tecnologías digitales llegan hasta allá en busca de que se les haga el milagro de inventar algo tan grande como Google o juegos populares para celulares o computadoras que los convertirán en millonarios de la noche a la mañana.
Hay unas 6 000 empresas en la ciudad dedicadas a la industria del software, la computación, las tecnologías limpias y la industria aeroespacial.
Pero no todo huele a fórmulas y webs. Sino a gente culta y pensamiento libre, pues no es poco para Seattle ser una de las ciudades donde la marihuana es permitida para usos médicos, la eutanasia tiene avanzado un largo trecho y sus habitantes van a la vanguardia del reciclaje y sello verde.
También sabe a mar, a salmón y las langostas y calamares gigantes en uno de los mercados públicos más antiguos de Estados Unidos, que es la principal atracción de la ciudad. Allí se vende pescado cantando, no letras compresibles sino el canto del pescador, dice un vendedor.
Con esas grandes lonjas de salmón y sardina bien conservadas entre cubos de hielo dan ganas de subir a la parte de arriba y ordenar esas delicias al vapor o al horno, acompañadas con el corazón de unas alcachofas súper gigantes, con unos musculosos espárragos morados y esos tomates intensamente amarillos que venden los pequeños agricultores de las vecindades.
Al final, la orden de calamares fritos no estuvo tan buena; pero que nadie le quite a los ojos lo visto desde ese ventanal: la inmensidad del Pacífico al fondo y a los pies, barcos de todo calado buscando salir mar adentro y otros muelles donde anclar.