Hubo quienes pensaron que los levantamientos indígenas de los 90 habían cambiado la geografía política del Ecuador. Creían con orgullo que la fuerza social y política del movimiento indígena había dado paso a un país donde el poder ya no podría ejercerse sin tomar en cuenta a los indios como auténticos actores políticos, sin paternalismos ni racismo. Estaban equivocados.
El mérito de haber liberado de tanto engaño colectivo parece ser del Gobierno de la revolución ciudadana. Dos gestos desde Carondelet bastaron. El primero cuando el presidente Correa utilizó despectivamente la figura de las plumas y los ponchos para referirse a quienes participan en la marcha. “No pasarán ni los ponchos ni las plumas”, era la consigna presidencial.
Luego vino el mensaje desde el puntal del aparato propagandístico del Gobierno, El Ciudadano. En una nota de colección, se afirmaba que los indígenas están motivados para la marcha gracias al alcohol. “520 años después el alcohol sigue siendo usado como motor para los indígenas que se dicen de oposición”, decía la nota que debería tomarse como un referente sobre la visión que Carondelet tiene sobre los indígenas.
Pero no todo el mérito de haber liberado al país del engaño colectivo puede llevarse la revolución ciudadana. No sería justo. El silencio de quienes antes se indignaban ante cualquier manifestación de racismo también evidencia que el país sigue siendo el mismo de hace 520 años, como dice El Ciudadano.
Seguimos siendo los mismos. O, más bien , peores.