Absorto parecía Joan Manuel Serrat mirando, desde las nubes y las alturas, esa selva que parece un gran brócoli con ríos chocolate cuyas aguas se deslizan como serpientes zigzagueantes entre los distintos matices de verde.
En la tierra, y al mismo tiempo, caminan por las comunas de la ribera del Napo los relacionadores comunitarios de las empresas, proponiéndoles a los kichwas el negocio del TT: 20 dolaritos diarios por día trabajado en las trochas que ya hicieron, y 20 dolaritos por hectárea para los posibles trabajos de sísmica.
En las nubes se veía a la señora Baki durante la elegante Cumbre Internacional de Ambiente, acompañada de los dirigentes waorani, desnudos y pintados para la ocasión, anunciando que el petróleo se quedará, bajo tierra, bien abajo.
En la tierra, los temidos waos de Tiwino y Bataburo, se tomaban las instalaciones de Petrobell porque, desde el cambio de contrato con el Estado, se han olvidado de unas letrinas que les ofrecieron y de unas aulas mixtas que no les construyeron. En las nubes, los helicópteros de FF.AA. sobrevolaban la zona, por seguridad, y seguramente volaban, también, sobre las casas de los grupos ocultos que suelen sentir la agresión del ruido constante de los pájaros de metal.
En la tierra, los kichwas de siete comunidades se juntaban en Boca de Tiputini, intentando resolver qué hacer con aquel papelito que les había llegado con el membrete de Acuerdo Bloque 31-TT para que estamparan su firma y, con ello, el paso de Consulta Previa a la explotación que se exige en la Constitución.
En las nubes están también algunos ecologistas que dicen defender la selva y van en rápidos deslizadores, gastando combustible de petróleo y alguna prensa extranjera que, ignorando la geografía amazónica, se pasea por lodges turísticos, fotografiando mariposas y alejados de los pozos Tiputini y Tambococha. En las nubes parece que está también la Conaie, con la demanda por genocidio que incluye cosas que no han sucedido (explotación de Armadillo, por ahora, está suspendida).
Entre las nubes y el suelo firme, hay alguna distancia. Más, cuando las nubes se vuelven rosas y hasta se ven volar elefantes. En tierra firme suelen estar los derechos pisoteados de las gentes amazónicas, los que deambulan sin saber qué hacer para sobrevivir, los indígenas que aún no tienen legalizadas sus tierras y a quienes quieren comprar con migajas, los perjudicados de empresas fantasmas a quienes dejaron, no solo sin trabajo, sino con impagables deudas, mientras, en las alturas, nadie responde por ello.
Las alturas suelen ser sitios para la contemplación. Pero las personas y sus derechos no están allí. Suelen estar un poco más abajo’