César Chávez en el interior de la biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión, donde trabaja desde hace 16 años. El año pasado publicó el libro de cuentos ‘Othello Hostel’. Foto: Galo Paguay/El Comercio
La existencia de las academias de la lengua española está en entredicho. Las personas suelen cuestionar su capacidad real de preservar la lengua en un mundo globalizado e influenciado por la revolución tecnológica. César Chávez reflexiona en esta charla sobre lo que deberían hacer estas instituciones para adaptarse a las nuevas realidades de la comunicación.
¿No cree que la existencia de las academias de la lengua es anacrónica?
No creo que su existencia sea anacrónica pero sí me parece que se debería renovar. Las academias de la lengua comenzaron a aparecer en el siglo XVIII, para fijar el idioma y darle brillo, objetivos que todavía son necesarios. En estos tiempos de volatilidad absoluta, que la lengua tenga una unidad, por lo menos lingüística, me parece importante.
¿Hacia dónde debería apuntar esa renovación?
Muchas veces, las academias han intentado la inclusión de nuevos términos pero se demoran demasiado. La publicación de un nuevo diccionario puede demorar entre 15 y 20 años. La lengua es algo que está fluyendo y cambiando todo el tiempo, por lo tanto debe alimentarse de forma permanente. Si a la lengua la dejamos estancada en una cápsula de tiempo estamos acabando con su función primordial que es la de comunicar. Hay que recordar que el problema de degradación de la lengua es un problema de comunicación, no del hecho de escribir una palabra con tilde o una oración con o sin punto y coma.
¿La existencia de academias no han propiciado que se priorice una lengua en detrimento de otras?
Hay que recordar que las academias de la lengua española se crearon a partir de la existencia de la Real Academia de la Lengua Española, entonces su legado patriarcal es evidente. Una lengua considerada ‘fuerte’ siempre tiende a opacar a lenguas que se consideran ‘menores’. Hace poco estuve en Imbabura y me di cuenta de que los hijos de muchos indígenas ya no hablan kichwa sino una mezcla de kichwa y español.
¿Esa mezcla entre dos lenguas no es lo que ha propiciado la creación de una tercera lengua?
De alguna forma sí. Recordemos lo que pasó en la frontera entre México y Estados Unidos con los chicanos. Ahora hay una literatura chicana muy potente, a la que hemos tenido poco acceso porque muchos de los términos que usan son incomprensibles para nosotros. A través de este ejemplo te das cuenta de la necesidad de que las academias de la lengua española miren a otras lenguas, sobre todo las que están en peligro de extinción. Por estos días estoy leyendo un libro sobre evolución, donde se sostiene que en pocos años va a existir un número más reducido de lenguas.
En el ámbito local, ¿cuál es la deuda de la Academia Ecuatoriana de la Lengua?
Me parece que la deuda está en el ámbito de la investigación. Recuerdo el trabajo que hizo Carlos Córdova a través del Diccionario de Ecuatorianismos, el de Julio Pazos con el tema de la comida ecuatoriana o el de la literatura de ciencia ficción, que es el más reciente, realizado por Álvaro Alemán. Si te fijas, todas son investigaciones más personales que institucionales. Algo que le falta a la Academia Ecuatoriana de la Lengua es un trabajo más de campo. Se debería generar becas para que estudiantes de literatura o letras se involucren con la institución a través de investigaciones.
¿Qué pasa con la preservación de la lengua en un mundo atravesado por el uso de las redes sociales?
Si uno piensa en lo que pasaba hace 40 o 50 años se da cuenta de que la comunicación estaba atravesada por el diálogo interior y el chismorreo. Hoy entendemos, entre comillas, que podemos conocer a muchas más personas. Sabemos de ellas pero de una manera abstracta. Nos comunicamos a través de los memes o de los emoticones, que se han vuelto una nueva forma de diálogo y conversación.
¿Temas como estos no deberían también entrar en el radar de las academias de la lengua española?
Es obvio que este tipo de temas también deberían ser investigados por la academia. El lenguaje verbal, quizás, sigue siendo más formal pero el lenguaje escrito, a través de las redes sociales, transforma la manera en que nos comunicamos todos los días.
¿Cuál ha sido el error más frecuente que ha cometido la Real Academia Española en relación con la preservación de la lengua?
Estar de espaldas a las transformaciones de la lengua española en América. La institución comienza a darse cuenta de la riqueza de la lengua que se habla y escribe en la región con el ‘boom’ de la literatura latinoamericana. Ahí se percataron de que hablábamos una lengua que tiene el mismo origen pero que finalmente es distinta. Cuando leemos las obras del ‘boom’ vemos que no están llenas de neologismos. Es un uso del español, extrañamente, más rico y apegado a la tradición de Cervantes que el que tienen los mismos escritores españoles. Cuando lees a García Márquez te acuerdas del ‘Quijote de la Mancha’.
¿Puede imaginarse cómo viviríamos si no existieran las academias de la lengua?
Seguramente se hubieran creado otras formas de fijar la lengua. Finalmente lo que le interesa a las academias de la lengua española es dar un orden y el orden, más allá de los anhelos anarquistas que todos tenemos, es necesario para la convivencia en una sociedad. En el mundo anglosajón no hay academias de la lengua. Para ellos el diccionario Oxford es la herramienta a la que se recurre frente a una duda. Las academias no tienen que ser una especie de policías de la lengua sino que deben ser instituciones centradas en filtrar el lenguaje para que mejore nuestra comunicación.
¿Por qué la cultura anglosajona sí ha podido vivir sin academias de la lengua y nosotros no?
Quizás es porque la lengua anglosajona tiene la cualidad de unificar las palabras. Si comparas la literatura contemporánea con la literatura de la época de Shakespeare la degradación de palabras ha sido enorme. El trabajo que se dan las academias de la lengua española de crear, por determinados períodos, documentos que preserven las palabras sirve para ayudar a mantener la unidad lingüística del lenguaje. Quizás el de la calle no, pero el lenguaje culto sí. Más allá de que el mundo reniegue de ellas todos, al final del día, acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua para salir de dudas sobre la escritura o el uso de una palabra.
¿Si fuera miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua qué sería lo primero que haría?
Creo que lo que haría es profundizar en el trabajo de investigación de la lengua. No solo de los orígenes, que es algo por lo que la Academia Ecuatoriana de la Lengua se decanta con frecuencia. Esas son investigaciones necesarias pero los trabajos deberían enfocarse en el lenguaje que usa la gente en su vida diaria. Más allá del maremágnum de palabras que se van incluyendo en los diccionarios habría que estudiar las cosas que pasan con el lenguaje popular y el lenguaje de las pequeñas localidades.
¿Qué ha pasado con la preservación de la lengua en las pequeñas localidades del país?
Así como las lenguas originarias han ido desapareciendo, la forma de comunicación local también. La globalización ha ido eliminando los lenguajes locales y los ha ido uniformando, en el sentido de que cada vez hay una pobreza más grande del uso de las palabras.
¿La memoria está vinculada a la preservación de la lengua?
Recuerdo que mi madre tenía una forma particular de comunicarse con nosotros. Ella usaba una serie de términos, que seguramente no están en ningún diccionario de la lengua española, y que muchas veces hasta nos causaban risa. Creo que la memoria es un disparador de esas modificaciones de la lengua que cada uno va construyendo.