Latinoamericanos

Usamos el nombre América Latina todo el tiempo para referirnos a nuestra región dentro del continente. Cuando lo oímos, sabemos con exactitud a qué se refiere. Los medios de comunicación lo traen cotidianamente para ubicar el origen de las informaciones y para delimitar su ámbito. Nos interesan los campeonatos deportivos latinoamericanos, como la Copa Libertadores, cuyo nombre precisamente se refiere a los líderes de la independencia, que es considerado el acto fundacional de nuestros países. Cuando se reúnen los mandatarios en las frecuentes “cumbres latinoamericanas” esperamos que tomen decisiones que beneficien a toda la gente de la región. Cuando escuchamos un corrido, un tango, un bolero, una samba, sabemos que esa es música latinoamericana, más aún si quien la toca es un mariachi vestido a la usanza tradicional.

Cuando estamos en un aeropuerto y oímos a un grupo que está hablando en castellano, muy rápidamente reconocemos sus acentos y podemos establecer si se trata de mexicanos, argentinos, colombianos o cubanos. Inclusive si no nos es posible detectar el habla nacional de algunos, lo que sí sabemos es que son latinoamericanos, porque nuestras diferencias con los españoles son muy reconocibles. Y hasta cuando no oímos las conversaciones, pero solo podemos ver la apariencia de las personas, las reconocemos por su procedencia. “Son latinos, pensamos”. Y al identificarlos como “latinos”, lo que tenemos en mente es precisamente que son de algún país de América Latina o norteamericanos con raíces de allí.

Pero, más allá de que podemos reconocerlos entre nosotros, el hecho es que nos sentimos “latinoamericanos”, es decir parte de una realidad amplia, que no es solo geográfica, sino cultural y política. Aunque no faltan nacionalismos y localismos cerrados que tienen su lado negativo, por lo general, asumimos que tenemos una identidad común, aún en medio de nuestras diversidades. Sabemos que somos distintos de los “gringos”, de los “chinitos” o de “los indios de la India”. Solo entre nosotros mantenemos rasgos muy específicos de solidaridad y reciprocidad, entendemos un sinfín de modismos y captamos ciertas bromas. También aceptamos que tenemos taras y malas mañas comunes. Por ejemplo, ser fiesteros, bullangueros y despilfarradores. O mantener ese culto a la madre que tiene como su otra cara el machismo más descarado.

Sabemos que somos latinoamericanos, nos sentimos latinoamericanos. Pero rara vez nos preguntamos por qué eso de “latinos”. Quizá solo pensamos en eso cuando sabemos que hay unos “latinos” en Estados Unidos, que aún son discriminados por su origen nacional por remoto que fuera, y que tienen características físicas mestizas.

Ser latinoamericanos no es una certeza sin más. Es una identidad contradictoria, un permanente cuestionamiento y un desafío.

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