El juicio

Mal hace el líder al seguirles juicio a los periodistas Calderón y Zurita. Hay por lo menos cinco razones para considerar equivocada la acción judicial a la que le ha inducido algún mal consejero o ese hígado que ya le va jugando varias malas pasadas. La primera es que a quien menos le conviene presentarse como intolerante es a él mismo. Puede ser que en el plano nacional eso abone a su imagen de hombre rudo que no deja pasar una. Pero, hacia afuera esas cosas sirven para que se lo coloque junto a compañías nada gratas, como Fujimori, que llevó hasta los últimos extremos su atracción por el control de los medios.

La segunda razón es que, con una justicia como la ecuatoriana, a la que él mismo ha calificado como corrupta, cualquier resultado carecerá de legitimidad. No será fácil alejar las sospechas de presiones y componendas en la resolución del juez, especialmente si ella favorece al demandante. Además, será una justicia que, para ese momento, ya tendrá adentro la mano salvadora del líder. Un triunfo con Consejo de la Judicatura propio y jueces con antenas bien dirigidas para captar los mensajes de su autoridad nominadora de última instancia, equivaldrá históricamente a una derrota.

La tercera razón es que esta acción no hace otra cosa que profundizar el enfrentamiento con los medios y colocarles a estos de manera más clara en el papel de actores políticos. Desde que desaparecieron los partidos políticos, los medios son los únicos que dejan oír alguna voz crítica. Muchas veces lo hacen en su condición de intermediarios (de medios, propiamente dichos), pero en otras ocasiones deben actuar como las fuentes de la opinión. Aunque esta es también una de sus funciones, cuando se la lleva al extremo se perjudica a la democracia porque cualquier óptica aparece como sesgada. El acoso, como es este juicio, lleva a un juego de todo o nada, que termina por sacrificar la objetividad (siempre relativa) que necesita la ciudadanía.

La cuarta razón es que el líder deberá probar que él no conocía los contratos millonarios de su hermano con el Estado. Esto significa meterse en terreno pantanoso. No estará en juego su palabra contra la de los dos periodistas, sino que habrá que oír también al hermano contratista y a los ministros firmantes. El primero ya se sabe lo que opina y habrá que ver si los otros se sacrifican por su amado líder.

La última razón es como para pensarla. Si él ha dicho que el libro (que no ha leído, según propia confesión) le ha provocado gran humillación, grave aflicción social y moral, sufrimiento, angustia y dolor, entonces deberá presentar certificados al respecto. ¿Será conveniente que un presidente presente públicamente un cuadro depresivo de esa naturaleza? Por menos se lo bajaron al Loco que ama.

Suplementos digitales