Lo que acaba de pasar recientemente en Brasil con la irrupción violenta en los edificios de las principales funciones del Estado por parte de un grupo de simpatizantes del ex presidente Jair Bolsonaro no es nuevo. Algo parecido se dio en enero de 2021 en Estados Unidos cuando una turba de seguidores del entonces presidente saliente de los Estados Unidos, Donald Trump, asaltaron el Capitolio para impedir la posesión de Biden.
Estos hechos, así como otros que han venido sucediendo en varias partes del mundo, hablan de un progresivo deterioro y erosión de la democracia. Un deterioro que tiene que ver con el mal funcionamiento de las instituciones democráticas, pero también con el aparecimiento de líderes populistas y actores políticos antisistema que terminan por ahondar más la crisis.
Estos asaltos y envestidas contra las democracias están generalmente orquestados por líderes populistas que se rehúsan a acatar los principios básicos de toda democracia: elecciones libres y alternancia del poder. Incluso contribuyen de manera progresiva a socavar estos principios de la democracia para, con el tiempo, llegar al poder e instaurar regímenes autoritarios en base de reformas y cambios que inician con romper el sistema de contrapesos institucionales.
Pueden ser Indistintamente líderes políticos de derecha o izquierda. Es el caso de Nayib Bukele en El Salvador. Pero también de Nicaragua, Venezuela, Cuba, Hungría, Rusia, Bielorusia… Se hacen elecciones, pero, por ejemplo, el tablero siempre se inclina a favor del partido gobernante: presupuesto, presencia en medios, etc.
El reto está no solo en tener partidos políticos de verdad sino también líderes políticos que tengan un absoluto convencimiento de las reglas básicas del juego democrático, pero también de que sus acciones de gobierno tiendan paulatinamente a solucionar las necesidades de las grandes mayorías, evitando así la ampliación de la fractura social y el paulatino descontento con la democracia. Un desafío que está en ciernes en el Ecuador.