Carla Pérez, en su segundo intento, llegó a la cima del Everest, a 8 848 m. Foto: Cortesía de Iván Vallejo
Con la sensación única de haber logrado un sueño, Carla Pérez relata lo que significó llegar a la cima del Everest, la montaña más alta del mundo (8 848 metros), el 23 de mayo. El lunes llegó a Katmandú, desde donde conversó vía telefónica con este Diario y confirmó que volverá al país el 7 de junio.
“Una semana después de haber logrado la cima del Everest, solo siento paz. Esas 13 horas del ascenso final fueron muy duras, con mis células casi muertas seguía caminado, porque no podía fracasar.
El 2013 fui al Everest y me quedé a 200 metros de la cima. Antes del ascenso final, uno se predispone a vivir ese momento, me preguntaba si iba fracasar nuevamente, tenía miedo de llegar a ese punto. Ya en el ascenso me sentí fuerte físicamente, traté de mantener la calma, recordé lo que había sucedido hace tres años, pero esta vez todo salió bien.
Hace tres años regresé porque había frío y viento, también hubo cansancio, lo que pudo provocar alguna congelación en mi cuerpo. Ahora el clima fue óptimo. Sentí que la montaña me abrió los brazos, nevaba más pero no sentía tanto frío. Las condiciones de la ruta estaban mejores, parecía que la montaña me decía: ‘Tú vienes a darlo todo, pues entrégalo’. Las personas que no tienen mucho contacto con la naturaleza tal vez no lo van a entender, pero la naturaleza es muy sabia, te abre o te cierra caminos, no por maldad sino por mostrarte algo. La montaña decide cuándo debes subir, cuando es el momento para lograr tus sueños y qué es lo que tienes que aprender.
Los 100 metros finales fueron sumamente duros. Físicamente estaba destruida, el cuerpo ya no quería seguir, apareció entonces esa motivación mental y espiritual, mi compromiso y cariño con los ecuatorianos y en especial con los damnificados del terremoto, que necesitan recibir esas energías positivas.
Llegar a la cima borró todo el cansancio, el miedo y los temores. Viví una sensación de gratitud con la vida porque no todas las personas tenemos la oportunidad de soñar con algo y lograrlo. Fui más allá de mis límites por cumplir ese sueño, por vivir ese momento efímero que solo duró 20 minutos, pero que detrás dejó todo un proceso de aprendizaje y crecimiento.
Ser la primera ecuatoriana en coronar el Everest sin oxígeno artificial no era mi motivación. Tampoco dejar en la estadística que soy la primera latinoamericana en lograrlo. Para mí, es un crecimiento personal y espiritual, un afán de motivar a otras personas a cumplir sus sueños, a aportar al país, a la familia, al género. En Sudamérica nos educan con temores, nos dicen que el montañismo no es para mujeres. Esta conquista del Everest es un mensaje a todas, decirles lánzate, inténtalo, sal adelante, si te caes, vuelve a intentarlo. Soy la sexta mujer en el mundo que conquistó el Everest, entonces todas podemos hacerlo.
Por eso doy gracias a mi familia, que ha sido incondicional. Desde muy pequeña me apoyaron en todas las actividades que quería realizar. Mis padres, Santiago y Patricia, al principio se preocupaban porque todo el dinero que he ganado lo he invertido en equipo de andinismo y en las expediciones, no tengo ni carro ni casa ni esa estabilidad que a mis 33 años debería tener, pero es esto lo que me da vida.
También agradezco a mis hermanos, Santiago y Nicole, por su apoyo, y a mi tío, Guillermo. Cuando él nació hubo una mala manipulación y sufrió de parálisis cerebral. Yo crecí motivada en él; él no podía caminar ni hablar, en cambio yo tenía esta enorme capacidad de saltar, jugar, correr, soñar. Desde muy pequeña, él me hizo entender que yo tenía ese gran don de disfrutar de un cuerpo que está sano. En el Everest me acordé de él.
Y allá arriba también me acompañaron una estampita del Divino Niño que me dio mi abuelita. Ella es muy cercana a mí. La puse en un bolsillo de mi chompa, muy cerca del pecho, junto con el escapulario budista que portó Iván Vallejo en los 14 ascensos que hizo en el Himalaya. Él ya me lo prestó cuando fui al Manaslú, y llegué a la cima, también para la expedición del Cho-Oyu.
Una de las cosas que voy a revelar es que llevé conmigo las cenizas de dos personas que quise mucho y que fallecieron, una de ellas es Lorena, la madre de los hijos de Iván Vallejo, quien siempre creyó en mis condiciones. Yo estaba acostumbrada a expediciones cortas y él me hizo llegar a mis límites.
Y también tengo que agradecer a Esteban Mena. Él me acompañó en la expedición y tuvo la generosidad de ayudarme a hacer que mis sueños se hicieran realidad”.
Video tomado de Facebook de Carla Pérez
DATOS:
Nació el 29 de diciembre de 1983
Se inició en el montañismo cuando tenía 14 años.
En 2014 fue la primera latinoamericana en conquistar el Cho-Oyu, a 8 200 metros.