Jonathan Ortega, de 20 años, quería experimentar. Pasó el octavo de básica y dejó las clases por un trabajo en La Mariscal, siendo menor de edad. Le pagaban USD 25 diarios por meter gente en los bares, de lunes a sábados desde las 18:00 hasta las 03:00.
Lo cuenta de pie, a unos pasos de su aula en el Colegio José Ricardo Chiriboga, en la zona del Montúfar, en el sur. Está arrepentido. Su hermana menor, de 14, ya cursa el décimo.
Hace cuentas y ganó algo de dinero, pero perdió tiempo.
¿Por qué decidió retomar los estudios? Sin al menos un título de bachiller, en Quito ya no se consigue trabajo ni en limpieza de oficinas o baños. Tampoco de ‘flyero’ (quien entrega hojas volantes). “Sin terminar el colegio no se es nadie”.
Es la reflexión de Jonathan, también la de Cristian Juela, de 21, y de Karen Pin, de 16. Son compañeros en el programa de Educación Básica Superior Flexible. Es una opción para quienes ya no encajan en el sistema regular por su edad, que tanto el Ministerio de Educación como el Municipio de Quito han puesto en marcha.
En la ciudad, 55 650 chicos de entre 5 y 18 años no estudian. Eso calcula la Secretaría Metropolitana de Educación, que usa los datos del INEC sobre el número de la población por edad, y de tasas de asistencia a educación básica y bachillerato de la Encuesta de Empleo y Desempleo del 2013. Esto representa el 8,7% de la población de esa edad en Quito.
Aunque, el INEC indica que en Pichincha, el 3,8% de chicos de 5 a 17 años no asiste a clases.
Karen Pin solo terminó la escuela. Su papá es guardia y su mamá hace encuestas. Ella es la mayor de cuatro hermanos.
No asiste sola a clases. Con todas las dificultades que implica transportar un coche de bebé en un bus llega con Adrián Gabriel, de 3 meses, desde La Magdalena. Cuando llora es usual verla acunándolo fuera del salón, hasta que se duerma.
En el Distrito, una de cada cuatro chicas se embaraza antes de cumplir 19 años. Según María Isabel Roldós, secretaria metropolitana de Salud, es una de las principales razones por las cuales las adolescentes no terminan la secundaria.
En promedio pierden alrededor de tres años de estudios en el primer embarazo. Y un año más desde el segundo hijo.
Alexandra Ruano no se arrepiente de haber decidido traer al mundo a Zaraí, de 4 meses. Pero sus planes cambiaron. Ya no irá a la universidad. Se retiró del primero de bachillerato en el Liceo Fernández Madrid.
Su madre, empleada doméstica que gana USD 180, es su único apoyo. El bachillerato virtual, que desde septiembre ofrece el Municipio para chicos de 18 a 25 años, le dio una opción.
Cumplen el programa oficial, pero no es presencial. Si lo requieren utilizan las computadoras de los Centros de Desarrollo Comunitario de Carcelén Alto, San Diego y el campus sur de la Unidad Sucre.
Ruano tiene planes futuros: seguir un curso de enfermería. Historias como estas se repiten en esta modalidad de estudios.
En Quito, en Educación Básica Superior Flexible se han graduado 6 838 alumnos desde el 2010. El programa les permite concluir en un año el ciclo básico. Ahora la Secretaría trabaja en el concepto de ‘Excelencia solidaria’, para lograr que todos culminen el bachillerato.
En septiembre, el Ministerio presentó su proyecto de reinserción escolar. Este ofrece la opción de completar la escuela: del quinto al séptimo de educación general básica, y la básica superior, del octavo al décimo, en un ciclo lectivo. Según esta Cartera, 136 000 jóvenes en el país deben volver a las aulas.
No solo las chicas desertan. Entre los varones es común oír que sintieron el deseo de ganar su propio dinero o que perdieron dos años seguidos.
Cristian Juela dejó el octavo de básica en el Primicias de la Cultura de Quito. Y a los 13 años empezó a instalar planchas de ‘jinsop’ en techos. Su primer sueldo fue de USD 40. Siguió en ese ritmo hasta que se cayó de siete andamios y pasó en coma por un mes y medio.
Luego intentó buscar empleo como vendedor de almacén, pero sin título no lo contratan. Vive con su madre, su padrastro y tres hermanos. Siente que no es tarde para graduarse. “Quiero ser alguien”, dice.
Esa es la frase que más utilizan los chicos con rezago escolar. Karina Pillajo, de 28 años, desea ser parvularia. Sigue el bachillerato virtual del Municipio, porque no confía en los planteles particulares a distancia. Invirtió USD 35 por mes, en uno “fantasma”.
Es la onceava de 12 hijos. Su madre, sin títulos, limpia edificios. Hoy está desempleada y antes solo trabajó en centros comerciales con un sueldo básico. Tiene una niña de 3 años y quiere darle una mejor vida.
Más opciones para evitar rezago
Juan Páez / Pedagogo, del equipo de Educacción
Que un niño o un adolescente no acudan a un plantel educativo es una pérdida terrible para el Estado. No solo en lo económico, sino en lo social. Por ello es muy difícil de cuantificar. Años después se traduce en mano de obra muy poco calificada y en mínimas oportunidades de conseguir empleo. Debido a eso los municipios y los gobiernos centrales buscan reinsertar en el sistema escolar a quienes por diferentes motivos lo dejaron.
Cada autoridad del país debería tratar de ofrecer nuevas y mejores opciones para que quienes desertan de las clases tengan más oportunidades para volver. La tecnología puede ayudar. En esta línea han actuado programas como el del Muchacho Trabajador e Irfeyal. Pero es necesario hacer un seguimiento de la calidad de los maestros asignados, el material que utilizan. Y hay que dar la opción a estos chicos de seguir un tercer nivel en institutos, etc.