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El fraile franciscano Maximiliano Kolbe dio su vida para salvar a un prisionero de los nazis. Juan Pablo II lo canonizó en 1982. En el Calendario de Santos de la Iglesia Luterana, consta también el nombre del franciscano.

Son 195 los países de la Tierra. Habrá, pues, al menos, unos 150 mil médicos, e innumerables enfermeros y auxiliares de diverso género e identidad sexual que están dando su vida por salvar a víctimas del covid-19.

La Biblia en el libro Apocalipsis (Revelación) evoca imágenes que sugieren el horror de morir sin aire, con dolor, sin esperanza: “Cuando el Cordero rompió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía:--¡Ven! Miré y vi aparecer un caballo amarillo. El que lo montaba se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía. Y (a cada uno de los cuatro) se les dio poder sobre una cuarta parte de la tierra, para causar la muerte por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras terrestres.” (6:7-8). Si mientras dure esta pandemia tantos dieron, dan, darán su vida para salvar la de los otros, ¿no será canonizable esta multitud creciente y solidaria?

Maximiliano Kolbe, polaco, doctor en filosofía y teología, devoto de Nuestra Señora, predicador de la Historia de la Salvación en Nagasaki (Japón) y Malabar (India), regresó a su tierra en 1933 cuando Hitler llegaba a ser canciller de Alemania. Estalló la guerra el primero de septiembre de 1939 y los nazis invadieron a Polonia. Kolbe con otros frailes se dieron modos para ayudar a dos mil judíos perseguidos. Detenido el 17 de febrero de 1941, lo confinaron en Auschwitz. Franciszek Gajowniczek, prisionero 5659 , contó que, por cada fugado, el administrador del Campo castigaba a diez prisioneros a morir de hambre.

En julio del 41, se había fugado Zygmunt Pilavski. Entre los elegidos al castigo estuvo Gajowniczek. Salió de la fila de los condenados y dijo: “¡He perdido a mi mujer y ahora se quedarán huérfanos mis hijos!”.

Maximiliano Kolbe, que estaba cerca, lo oyó, dio un paso adelante , habló al oficial : “Soy un sacerdote católico que no tengo a nadie; permítame ocupar el puesto de Gajowniczek”.
El 31 de julio los llevaron a un bunker subterráneo. Privados de agua y comida durante dos semanas, murieron nueve. Kolbe sobrevivía. Un ayudante del celador del bunker confesaría años después que, como los guardias querían vaciar el búnker, asesinaron a Kolbe con una inyección de fenol. Era el 14 de agosto de 1941.

Sin el dramatismo de la muerte de Maximiliano Kolbe, quienes están muriendo por salvar a las víctimas de la pandemia purifican el malaire del mundo inmoral y estarán con Dios para recordarnos que “Él no se cansa ni se fatiga y que su sabiduría es inescrutable. Él da vigor al fatigado y multiplica la fuerza de los débiles. Hasta los jóvenes se cansan y fatigan, y los guerreros caen exhaustos; pero los que esperan al Señor recobrarán su fuerza y andarán sin sentir cansancio.”(Is.40,-31)

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