Huairapamushcas = Hijos del viento. Linda palabra en cuanto al sonido. Horrible palabra en su significado. Contradictoria palabra en su simbología. Suena bien: pentasílabo ululante; de pavoroso alcance: hijos de la violencia, y no del amor; nos simboliza contradictorios: cuando mestizos con micropoder somos crueles con los de abajo, y cuando mestizos mal vistos, somos resentidos. Ecuador: un paisaje hermoso, una gente ayayay, al menos como talante vital e inconsciente.
En estas Navidades, queremos contraponer la novela de Jorge Icaza “Huairapamushcas” (1948), cuyo tema es “permanencia y movimiento”, queremos contraponerla al término “tradición” en su poderoso sentido bíblico.
La Biblia es un libro histórico que consta del Antiguo y el Nuevo Testamento o la Antigua y la Nueva Alianza. El Antiguo es la Biblia judía propiamente dicha. Tiene varios libros, que, escritos en épocas diferentes, narran la historia de la Salvación del pueblo judío, un pueblo escogido por Dios mediante sucesivas alianzas. Goza esta Biblia de tantos buenos ejemplos, de tanta hermosura, que es no solo el lenguaje político de Israel, sino una seguridad siempre ofrecida a la nación judía mediante la promesa de un Mesías Salvador que nunca ha llegado todavía y está llegando siempre a un pueblo perseguido a lo largo de los siglos, aniquilado casi por el Holocausto, y siempre renacido: ya para los judíos creyentes, ya para los judíos agnósticos, ya para los judíos ateos, igualados todos ellos por tan estupenda tradición.
El Nuevo Testamento es también un libro escrito por judíos y judaizantes que vieron al Mesías en Jesús de Nazaret, él mismo una Nueva Alianza indestructible. En estos días, celebramos su nacimiento que nos trae alegría, luz, paz y, sobre todo, esperanza. Esta es también nuestra esperanza como pueblo, nuestra tradición que vamos perdiendo por Hijos del Viento. Un alcalde, en claro ejemplo de huairapamushquismo, prohibió cantar en el himno a Quito: “Oh ciudad española en el Ande, / Oh ciudad que el incario soñó; / Porque te hizo Atahualpa eres grande / Y también porque España te amó.” Aunque creamos por fe en Atahualpa, pero la certeza del Quito colonial está en nuestras narices. Así somos.
Urge tener un texto de lectura en que cada página sepa a nuestra tradición, a nuestra identidad, para amarnos como hijos del viento civilizados, con otro himno nacional, otra bandera y otro escudo que respondan a nuestro mestizaje. Entonces, seremos. Amar a Jesús, amar a Atahualpa, recordar que no fuimos solamente Colonia sino también parte de un Virreinato de España. Orgullosos de una historia, de un pasado integral. Celebremos una Navidad de oropel para ser modernos y una Navidad de Jesús, hijo de María y del Espíritu Santo para mantener nuestra identidad, nuestro gen quichua en parte mestizo indio y en parte mestizo español, nuestra voluntad de ser grandes, pero fanáticos, ¡jamás!